jueves, julio 02, 2020

Algo se muere en el alma cuando un amigo se va

cuando un amigo se va algo se muere en el alma
cuando un amigo se va algo se muere en el alma
cuando un amigo se va.
Cuando un amigo se va y va dejando una huella
que no se puede borrar
y va dejando una huella que no se puede borrar.
Del Maestro: Manuel Garrido (Z”L)
 
     Mi personal estado de ánimo lo refleja a la perfección la letra de esta canción con la que encabezo y cierro el presente: las estrofas que reproduzco y siguientes, que por conocidas omito.

    Sé por propia experiencia, que a mi querido amigo “Milio el Negro”, aún por encima de “Xixión de mis amores”, le gustaba la “Gozoniega” o habanera “Soy de Verdiciu”, gusto compartido y manifestado por el también hoy ausente Jesús García, en nuestra última visita conjunta a la entonces casa rectoral de Perlora. Uno de Jove y el otro “gozoniego” de origen y “carreñés” de adopción, coincidieron incluso en quien era el mejor ejecutor de dicha canción. Este hecho que relato, que en mi cabeza permanece totalmente fiel en palabras e imágenes, acaeció hace ya veinticinco meses, periodo corto en lo temporal, pero… que fue lo suficiente para sustraerme dos queridos amigos.

   Conocí a “Milio el Negro” en mi infancia. Calculo que yo tendría cinco o seis años, mientras que él rondaría los dieciséis o diecisiete, máximo diecinueve. Coincidiendo en el tramo común a la fuente de “Tebongo”, en mi camino para la escuela. Él siempre portaba un botijo de barro blanco en origen, ennegrecido por el uso con manos más o menos limpias, de aquellos trabajadores de la “brigada de vías”, a la que en aquel tiempo pertenecía. Se hacía grato el encontrarlo, ya que siempre tenía una frase amable y cariñosa, siendo común en él usar el “neñin” o “neñu” y el consejo de aprovechar la escuela.

   Con el paso del tiempo, en mis años de adolescencia coincidía con él en el Taller de la J.O.P. cuando en compañía de mi primo Rogelio (Z”L) acudíamos a alguna gestión, haciendo “Milio” las funciones de “martillo pilón” en el yunque de la fragua de dicho taller. Su fortaleza y precisión de impacto eran famosas, teniendo en cuenta que lo hacía con un inmenso “porrón”, denominado de forma “familiar” o “cariñosa” entre el personal de dicho taller, como el “niño” o algo por el estilo.

   Pasó el tiempo. “Milio” se promocionó profesionalmente, pero siguió siendo el mismo, siempre con una frase amable y cariñosa. Ya como fogonero en aquellas por mí adoraras locomotoras de vapor, coincidí muchas veces con él, con “Campón” y/o “Jarrin” como maquinistas, preparados en doble por cola, para “subir una composición hasta la salida del túnel de abajo en “El Bocal”; lugar en el que yo me apeaba de la locomotora, puesto que tras escoriar, bajaban de nuevo para el Puerto.

   El discurrir del tiempo, la disparidad de vida y mis largas y continuadas ausencias de nuestra común localidad y entorno, nos mantuvieron alejados durante muchos años, retornando a nuestro amigable trato, con motivo de la amistad que me une al mayor de sus hijos y por añadidura sobrevenida a María Jesús, su esposa y su otro hijo “Viti” y a “Noelina”, “custodia” esta última, a la que le tenía encomendada en un dado momento a mi adorada “nietina”.

   De esta reiteración de contacto, ya como personas pertenecientes a lo hoy definido como “tercera edad”,  nació una amistad que nos condujo a hablar, hablar y recordar aquellos tiempos y personas conocidas comunes que en el discurrir de los años “quedaron por el camino”, dándose la curiosa casualidad que las simpatías y/o antipatías a situaciones y personas eran coincidentes en la gran mayoría de los casos. Diferenciándonos “Milio” y el suscritor, en que salvo rarísimas y muy contadas excepciones, para “El Negro” no había personas malas, pero sí muchísimas buenas. Concepto en el que solíamos diferir. En este aspecto, debo aclarar que otro de sus rasgos característicos, era la tremenda memoria que tenía para todos aquellos que en un dado momento le hicieron algún favor, por nimio que este fuese, incluso cuando el favor fuese recíproco y el menos favorecido fuese él. De estos casos podría contar y no parar.

  Sabía por su hijo “Milín”, que últimamente estaba mal, incluso de su hospitalización y reciente retorno a casa, no acercándome a verle por las “extrañas circunstancias que nos tocan vivir”. Pero… cuando antes de ayer, a media tarde vi el aviso de llamada de “Milín” en el móvil, supe que algo iba mal. No me equivoqué. “Milio el Negro” se nos estaba yendo, no pudiendo cumplirse nuestro común deseo de volver a hacer juntos el viaje de cuatro o cinco horas de visita, café incluido, a la oftalmóloga.

   Desde aquí y ahora, en estos momentos de tristeza por la ausencia de “Milio el Negro”, quiero darle gracias a “Milín” por esa oportunidad que me brindó de renovar el contacto perdido a través de los años con su progenitor. La amistad que entre ambos se desarrolló y propaló a su esposa y madre respectivamente María Jesús, a sus cariñosos y por mí queridos hijos y hermanos: Viti y Noelina. A los cuatro: a María Jesus, Milín, Viti, Noelina y como no, a ese su querido nieto Diego, les dejo como despedida el texto con el que encabezo el presente y las lágrimas que me surgieron al escuchar entera la canción homónima.

   Que la Santísima Virgen del Carmen, para mí y otros compañeros y/o colegas, “Nuestra Sra. de la Cuesta”, sirva de Madre intercesora allí a donde llegó y que un día, cuando Él lo considere oportuno, nos podamos reunir y seguir “arreglando el mundo”. Que Él en su inmensa bondad te acoja en su seno amigo “Milio”.

                                 Capt. Willie

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