cuando un amigo se va algo se
muere en el alma
cuando un amigo se va algo se muere en el alma
cuando un amigo se va.
Cuando un amigo se va y va dejando una huella
que no se puede borrar
y va dejando una huella que no se puede borrar.
Del Maestro: Manuel Garrido (Z”L)
Mi personal estado de ánimo lo refleja a la perfección
la letra de esta canción con la que encabezo y cierro el presente: las estrofas
que reproduzco y siguientes, que por conocidas omito.
Sé
por propia experiencia, que a mi querido amigo “Milio el Negro”, aún por encima
de “Xixión de mis amores”, le gustaba la “Gozoniega” o habanera “Soy de
Verdiciu”, gusto compartido y manifestado por el también hoy ausente Jesús
García, en nuestra última visita conjunta a la entonces casa rectoral de
Perlora. Uno de Jove y el otro “gozoniego” de origen y “carreñés” de adopción,
coincidieron incluso en quien era el mejor ejecutor de dicha canción. Este
hecho que relato, que en mi cabeza permanece totalmente fiel en palabras e imágenes,
acaeció hace ya veinticinco meses, periodo corto en lo temporal, pero… que fue
lo suficiente para sustraerme dos queridos amigos.
Conocí a “Milio el Negro” en mi infancia. Calculo
que yo tendría cinco o seis años, mientras que él rondaría los dieciséis o
diecisiete, máximo diecinueve. Coincidiendo en el tramo común a la fuente de “Tebongo”,
en mi camino para la escuela. Él siempre portaba un botijo de barro blanco en
origen, ennegrecido por el uso con manos más o menos limpias, de aquellos
trabajadores de la “brigada de vías”, a la que en aquel tiempo pertenecía. Se
hacía grato el encontrarlo, ya que siempre tenía una frase amable y cariñosa,
siendo común en él usar el “neñin” o “neñu” y el consejo de aprovechar la
escuela.
Con el paso del tiempo, en mis años de
adolescencia coincidía con él en el Taller de la J.O.P. cuando en compañía de
mi primo Rogelio (Z”L) acudíamos a alguna gestión, haciendo “Milio” las
funciones de “martillo pilón” en el yunque de la fragua de dicho taller. Su
fortaleza y precisión de impacto eran famosas, teniendo en cuenta que lo hacía con
un inmenso “porrón”, denominado de forma “familiar” o “cariñosa” entre el
personal de dicho taller, como el “niño” o algo por el estilo.
Pasó el tiempo. “Milio” se promocionó
profesionalmente, pero siguió siendo el mismo, siempre con una frase amable y
cariñosa. Ya como fogonero en aquellas por mí adoraras locomotoras de vapor,
coincidí muchas veces con él, con “Campón” y/o “Jarrin” como maquinistas,
preparados en doble por cola, para “subir una composición hasta la salida del túnel
de abajo en “El Bocal”; lugar en el que yo me apeaba de la locomotora, puesto
que tras escoriar, bajaban de nuevo para el Puerto.
El discurrir del tiempo, la disparidad de
vida y mis largas y continuadas ausencias de nuestra común localidad y entorno,
nos mantuvieron alejados durante muchos años, retornando a nuestro amigable trato,
con motivo de la amistad que me une al mayor de sus hijos y por añadidura sobrevenida
a María Jesús, su esposa y su otro hijo “Viti” y a “Noelina”, “custodia” esta
última, a la que le tenía encomendada en un dado momento a mi adorada “nietina”.
De esta reiteración de contacto, ya como
personas pertenecientes a lo hoy definido como “tercera edad”, nació una amistad que nos condujo a hablar, hablar
y recordar aquellos tiempos y personas conocidas comunes que en el discurrir de
los años “quedaron por el camino”, dándose la curiosa casualidad que las simpatías
y/o antipatías a situaciones y personas eran coincidentes en la gran mayoría de
los casos. Diferenciándonos “Milio” y el suscritor, en que salvo rarísimas y
muy contadas excepciones, para “El Negro” no había personas malas, pero sí
muchísimas buenas. Concepto en el que solíamos diferir. En este aspecto, debo
aclarar que otro de sus rasgos característicos, era la tremenda memoria que
tenía para todos aquellos que en un dado momento le hicieron algún favor, por
nimio que este fuese, incluso cuando el favor fuese recíproco y el menos favorecido
fuese él. De estos casos podría contar y no parar.
Sabía por su hijo “Milín”, que últimamente
estaba mal, incluso de su hospitalización y reciente retorno a casa, no acercándome
a verle por las “extrañas circunstancias que nos tocan vivir”. Pero… cuando
antes de ayer, a media tarde vi el aviso de llamada de “Milín” en el móvil,
supe que algo iba mal. No me equivoqué. “Milio el Negro” se nos estaba yendo,
no pudiendo cumplirse nuestro común deseo de volver a hacer juntos el viaje de
cuatro o cinco horas de visita, café incluido, a la oftalmóloga.
Desde aquí y ahora, en estos momentos de
tristeza por la ausencia de “Milio el Negro”, quiero darle gracias a “Milín”
por esa oportunidad que me brindó de renovar el contacto perdido a través de
los años con su progenitor. La amistad que entre ambos se desarrolló y propaló
a su esposa y madre respectivamente María Jesús, a sus cariñosos y por mí
queridos hijos y hermanos: Viti y Noelina. A los cuatro: a María Jesus, Milín,
Viti, Noelina y como no, a ese su querido nieto Diego, les dejo como despedida
el texto con el que encabezo el presente y las lágrimas que me surgieron al
escuchar entera la canción homónima.
Que la Santísima Virgen del Carmen, para mí
y otros compañeros y/o colegas, “Nuestra Sra. de la Cuesta”, sirva de Madre intercesora
allí a donde llegó y que un día, cuando Él lo considere oportuno, nos podamos
reunir y seguir “arreglando el mundo”. Que Él en su inmensa bondad te acoja en
su seno amigo “Milio”.
Capt. Willie
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