Antiguo
proverbio judío
Lógicamente
la cabra y el cabrón tiran al monte, el equino a la cebada y el tonto a las
“tontunadas”, que es por lo que se distingue y caracteriza. En esa desquiciada
carrera por ver quién gana el premio gordo al “sinvergoncismo” y a la majadería
y/o “estulticia pijo progre” (E.P2), entró en directa competición con los
políticos que nos mandan y no gobiernan, el desvergonzado escalador, montañero
y esquiador, que sus ratos de ocio los dedica a Arzobispo de una archidiócesis,
de la cual se financia y le permite vivir a lo grande, como “tira” y “runfa”. Con
al menos dos iglesias parroquiales sin techo y a punto de que sus muros de
cerramiento se caigan. Tres, próximas a que por colapso de la estructura de sus
cubiertas, los tejados se vengan abajo y sus feligreses, contribuyentes en la parte alícuota al 20% de
los ingresos parroquiales que él percibe, queden atrapados entre los escombros.
¿Cómo es posible que compañías aseguradoras cubran dichos edificios y las
responsabilidades civiles de tamaños desvergonzados…? Esto es lo que hay y
habitualmente, no hay más cera que la que arde. Sugiero que para que un Jesús se
parezca en algo al otro, al judío, no palestino, tras no poner la “crucecita” en
la Declaración de la Renta, por suscripción le regalemos una pesada cruz de
madera, que le permita realizar una nueva actividad deportiva, que cargándola a
sus “deportivas espaldas” y paseándola por la Archidiócesis, incluidas las
Diócesis sufragáneas, justifique ante nosotros, los fieles, esos fondos que
percibe de “sus ratos de ocio como Arzobispo”. Este es el mismo que se permite
dar lecciones al hacer de los mandantes y no gobernantes. Si el tipo llega a
tener más “jeta”, va y se la pisa.
Retomando
la historia de ese pueblo, que entre otras muchas y dignas personalidades
alumbró la del Jesús de Nazaret, del que “tira” y “runfa” el “jeta desvergonzado”
antes dicho. Bajo la dominación persa, ambos ex reinos, el Judío y el del Norte
o Samaría (por fechas aún no se hubiese producido el cambio de nombre impuesto
por el “imperialista romano” Adriano), vivieron una época de relativa bonanza y
calma. Paz y calma que intranquilizaba a los “profetas”, ya que aquel
“matrimonio de conveniencia”, instituido con el estamento religioso por el rey
David, llevaba camino de divorcio. La tolerancia a la que hacía gala el invasor
persa, conducía a la total dilución de la cultura hebrea, por intercambio de
conceptos y concepciones con los distintos pobladores de nueva incorporación.
Este transitorio
periodo de paz duró poco. La aparición en la escena militar y política de Alejandro
Magno y sus “acólitos”, de nuevo convierte el área en campo de batalla. La
incorporación de los restos de los dos primitivos reinos en el de los lágidas,
en el 2.251 BP o 301 a.C. y la “recaída” en el 2.148 BP o 198 a.C. cuando los seléucidas,
se lo “arrebatan” a los egipcios, conducen a aquellas ya atribuladas
poblaciones y culturas a un forzoso proceso de helenización, a la vez que,
administrativamente, se divide en tres provincias: Judea, Idumea
y Transjordania (indudablemente los nombres de las tres provincias no
incitan al gentilicio “palestino”). Llegando al máximo la represión bajo el reinado
del tirano Antíoco IV Epifanes, quien entre otras muchas fechorías,
saqueo el Templo de Jerusalén a la vez que prohibió la observancia de la ley
mosaica. Estos dos hechos unidos a otros desmanes de menor cuantía, pero si
numerosos, dieron lugar a la rebelión de los judíos, encabezada por los
hermanos Macabeos (1.783 BP o 167 a.C.). Dicha rebelión, aparte de
conducir a la independencia de Judea, lleva al nuevo reino a su máximo
esplendor bajo el mandato del hasmoneo, Alejandro Janeo (2.053 BP
o 103 a.C. a 2.026 BP o 76 a.C.). Las “divisiones internas e intrigas” propias
de los judíos, dan lugar a que el general romano Ceneo Pompeyo, que
había conquistado Armenia y Siria, tomase Jerusalén en el 2.013 BP o 63 a.C. El
“nuevo dueño” de la situación, en principio no impuso cambios sustanciales,
disponiendo de una relativa independencia, a pesar de pasar a depender del
gobernador de Siria y quedar bajo mandato directo de los herodianos. Sin
alterar en absoluto el relato histórico documentado, en el año anteriormente
citado, seguimos sin ver de nuevo el gentilicio “filisteo” ni el de “extranjero”
o “palestino”. Hecho que consolida la sorpresa del que esto suscribe,
cuando encuentra inexplicable, que aquel belicoso pueblo filisteo, que
un pasado reciente los invadió, fuese asimilado culturalmente por los semitas,
antiguos pobladores del área y en particular por los judíos.
La
“mezcolanza” de etnias y creencias, lleva a los recién llegados a mostrar en
principio, gran incomprensión hacia las credos y exclusivistas costumbres
judías. Cierto que dicha incomprensión era mutua, con la diferencia, que unos
eran los “mandantes” y los incomprendidos, los “mandados”. La presencia de
Jesús, el de Nazaret, se produce en estos críticos momentos. De la
incomprensión se pasó al enfrentamiento directo y este condujo a dos violentísimas
rebeliones, que fueron reprimidas sin contemplaciones por los romanos. Ambas ya
enunciadas en anteriores escritos: la primera o de ha-Mered Ha-Gadol המרד הגדול del
1.884 BP o 66 e.C. al 1.876 BP o 74 e.C. la cual entre otras consecuencias,
trae la definitiva destrucción y saqueo de los despojos del Templo, por las
legiones de Tito. Esta rebelión dio pie a la “epopeya” de la
autoinmolación de los zelotes en Mesada, hecho éste, en cierto
modo cuestionado, dada la dudosa imparcialidad de Yigael Yadín como
arqueólogo. Sin perjuicio de la frase que antecede, los zelotes y Mesada,
es algo íntimamente ligado al sentir de gran parte de los componentes de varias
generaciones de militares pertenecientes a las FDI. Siendo asimismo la causa directa
de la emigración de las tres tribus: los Banu
Kainuka בני קינקאע, los
Banu an-Nadîr בני נצ'יר, los Banu Quraiza בני קוריט'ה, y los cuatro clanes de ellas escindidos. Que el “Profeta de la
paz” y sus secuaces, se encargaron de exterminar y expoliar en el oasis de Yathrib
يثرب Medina en el 1.325 BP o 625 e.C.
Al no haber uno
sin dos, a esta, la de 1.818 BP o 132 e.C. a 1.815 BP o 135 e.C. ya se hizo
explicita referencia en el que antecede “Con
una mentira suele irse muy lejos, pero sin esperanza de volver…” En
ese momento se consuma la práctica destrucción de Jerusalén, la construcción
sobre sus ruinas de Aelia Capitolina, y como ya se indicó aparece Palestina,
donde la población judía, tras las sucesivas matanzas y diásporas, pasó a ser
minoría, lo mismo que otras etnias más o menos de reciente importación, no
siendo en nada diferente poblacionalmente hablando, del resto de las provincias
dependientes de Constantinopla, como herederos bizantinos.
La
conversión del Cristianismo como religión oficial del Imperio, dio pie a la
visita a los Santos Lugares, lo que fomentó la proliferación de la vida monacal
y numerosas peregrinaciones, sentando las bases para lo que en la actualidad
definiríamos como “incipiente turismo religioso”. Los emperadores bizantinos,
creídos y engreídos de su posesión de la verdad, la absoluta, en lo
concerniente a fe. En general y en el mejor de los casos, trataron con total
desprecio a los judíos y samaritanos asentados en los territorios
conquistados y “rebautizados” como Palestina, hechos estos que llevaron a los
habitantes locales judíos y samaritanos, a un total rechazo a
todo lo que “viniese” de Constantinopla, no oponiendo resistencia a la invasión
árabe, muy por el contrario, colaborando
con ellos, ya que les ofrecían mejor trato. Así en el 1.314 BP o 636 e.C.
cuando éstos últimos se hacen dueños de la situación con el total control de la
región, solamente recibieron parabienes de los ya citados habitantes locales.
Como las desgracias nunca vienen solas, la progresiva penetración musulmana con
origen en Siria, que experimenta el área en los inmediatos siglos, imponen una pronta
islamización, convirtiendo a Jerusalén en la tercera ciudad santa del islán, tras La Meca y
Medina. Dando lugar a la construcción de la Cúpula de la Roca, por el
califa omeya Ab al-Malik, en el periodo 1.265 BP o 685 e.C. al 1.245 o
705 e.C., dándole a tal mezquita la condición de ser el lugar donde Mahoma se
detuvo antes de su viaje a los cielos.
Dentro de
la gradual islamización, los practicantes del judaísmo y cristianismo, a priori,
no experimentaron especiales presiones sobre sus creencias religiosas,
cambiando radicalmente ese, su entorno, cuando voluntaria o involuntariamente
se vieron involucrados en las crudas luchas internas que se inician en
Jerusalén, entre los omeyas y los abasidas, de las que salieron
victoriosos los segundos con la inestimable ayuda de los persas y de los
musulmanes chiíes, persiguiendo a muerte
a los fieles a sus enemigos y predecesores y a todos aquellos que pudiesen
haber simpatizado con ellos. Recordar que la victoria de la dinastía Abasida,
dio inició a la ruptura de la unidad
musulmana, asesinando a la gran mayoría de la familia omeya
anteriormente reinante, y que uno de sus miembros que se salvó de la
“sarracina” y que huyó a España, fue Abderramán I, fundador del emirato
independiente desde el 1.194 BP o 756 e.C.
Los
sobrevivientes de las “dos prácticas religiosas judaicas” a la fratricida lucha
entre omeyas y abasidas, decidieron no inmiscuirse en los asuntos
de éstos ni en las de sus sucesores, en la nueva guerra establecida por el
control del inmenso imperio musulmán, que se iba consolidando, en esta nueva
ocasión, con la irrupción de los musulmanes sunnís turco – persas selyúcidas,
quienes tras la conquista de Armenia, comenzaron con incursiones cada vez más
frecuentes sobre los territorios orientales del imperio bizantino, hasta que en
el 879 BP o 1.071 e.C. en la batalla de Manzikert, vencen al
emperador Romano IV Diógenes,
dando lugar al poder absoluto de los selyúcidas sobre el Califato abasí.
Utilizando con ellos, los mismos métodos de sangriento exterminio, que los abasí,
en su momento aplicaron a sus antecesores, los omeya.
Con la
“iranización” religiosa e implantación del sunní y el idioma persa sobre sus
dominios en Medio Oriente, Jerusalén y Damasco sufrieron auténticas epidemias
de “famélicos” funcionarios, que esquilmaban la economía local, a la vez que, a
través de las escuelas “madrasas” garantizaban la implantación del sunní. Los
continuos desmanes cometidos en todos los órdenes de la vida cotidiana sobre
las distintas comunidades: judía, cristiana o chiís, sería la que “justificó” a
corto plazo, la primera cruzada y a más largo plazo la intervención europea y
sus casi dos siglos de ocupación del área de Medio Oriente.
Si la
restricción de acceso a los “santos lugares” era un hecho, la explosiva
situación que atravesaba la Iglesia Católica necesitaba una “válvula de escape”
externa, que solventase tanto la situación cardenalicia – papal - obispal, como
la socio - económica imperante en aquella Europa de auténticos reinos y
repúblicas de taifas, donde unos y otros, iban unos contra otros y otros contra
unos.
Por razones
lógicas de la trascendencia que tendrá en los aconteceres inmediatos y futuros
a largo plazo de Medio Oriente, conviene recordar someramente la situación
imperante en la Iglesia Católica, que precede a la ascensión al papado de Urbano
II en marzo del 862 BP o 1.088 e.C. Coexiste con la del antipapa, Clemente
III, desde el 870 BP o 1.080 e.C., a quien “corrieron” de Roma las tropas
normandas, quienes a su vez daban escolta a los “cardenales gregorianos”, que habían
de elegir el 24 de mayo del 864 BP o 1.086 e.C., al benedictino Dauferio de Fausi, a quien forzaron a
hacerse cargo del papado. El mismo que se vio obligado a adoptar el nombre de Víctor
III. Por aquello de que: “la alegría dura poco en casa del pobre y que
cuando tiende la ropa llueve”. Transcurridos cuatro días, el 28 del mismo
mes y año, los “gregorianos”, se vieron obligados a “salir por pies”, por
imperativo del Prefecto Imperial de Roma, quien en el último momento se hubiese
hecho interesado seguidor del antipapa Clemente III. La “corte” papal se
refugió en Tarracina, ocasión que de nuevo aprovechó el recién nombrado papa,
para resistirse a aceptar la tiara
papal, retirándose a la abadía de Montecasino, donde se hizo fuerte, negándose
a aceptar durante casi diez meses el nombramiento del que era objeto.
Los
aconteceres del “mundo cristiano” eran los que eran. En “tierra santa”, sus
enemigos eran los judíos, no los musulmanes, mientras que la jerarquía
eclesiástica, se debatía con un antipapa y un papa que no aceptaba serlo. En
esta situación, en marzo del 863 BP o 1087 e.C., en la primera sesión conciliar
de Capua, revalidan la elección y nombre de Víctor III, obligándole de
nuevo a hacerse cargo del papado. Entretanto los “normandos” volvieron a “poner
en fuga” de Roma, al antipapa Clemente III, a la vez que los
“cardenales gregorianos”, en su “retorno victorioso” el 9 de mayo del 863 BP o
1.087 e.C., consagran en la basílica de San Pedro, obispo de Roma al esquivo Víctor
III.
Inmediatamente
a ser entronizado en Roma, huye y se refugia una vez más en la abadía de
Montecasino, momento que aprovecha el antipapa Clemente III para la
“trivuelta” a Roma y hacerse fuerte en ella. Cuando los “gregorianos”, apoyados
por la condesa Matilde de Canossa y/o de la Toscana, consiguen
retornar a Víctor III una vez más a Roma, tras una corta estancia, que
según las crónicas no alcanzó el mes, tienen que “poner pies en polvorosa”
ante el “cuatrirretorno” del antipapa, viéndose en la necesidad de retirarse a Benevento,
donde es obligado a presidir un concilio, en el que excomulgó a Clemente III,
prohibió la investidura de laicos, con los consabidos beneficios
económicos y títulos eclesiásticos y… siguiendo las directrices de sus
“protectores” y “gregorianos”, promovió la “cruzada de Mahdía”. Con el
apoyo papal, las repúblicas italianas de Génova, Pisa, Amalfi y Roma, trataron
de hacer botín a costa del “sarraceno”, en la costa más oriental tunecina. Operación
que estudiándola en profundidad, no les salió del todo mal, sobre todo a la
ciudad de Pisa y en particular a su Catedral. Esta acción contra los
musulmanes, que en el plano político – militar no arrojó los éxitos esperados,
si demostró ser un “escape a la desesperada”, de situaciones insostenibles que
se estaban viviendo en el “mundo cristiano”. Dando lugar esta experiencia
previa, al “invento corregido y aumentado” de las “Cruzadas”. El incomprendido Víctor
III, ya muy enfermo, consiguió retirarse por fin a su querida abadía de
Montecasino, donde falleció el día 17 de septiembre del 863 BP o 1.087 e.C.
Tenidos en
cuenta los antecedentes desgranados en los párrafos que preceden, La llamada
de Urbano II tenía carácter religioso, ya que el teórico fin perseguido
era la liberación de infieles de los “Santos Lugares”. De inmediato surge la
pregunta de ¿Qué infieles…? A estas alturas de la historia de Medio Oriente,
los pobladores en función del supuesto número, eran cristianos, musulmanes
(chiís o sunnís) y judíos. Teniendo muy claro quien esto suscribe, que los
judíos conversos al cristianismo, en su fuero interno estaban más cercanos a
los musulmanes que los judíos, a la vez que estos últimos, los judíos, y de la
documentación de la época se desprende, que no tenían especiales diferencias
con los chiís, con los cuales venían conviviendo prácticamente 550 años.
Indudablemente como “disculpa pontificia” posiblemente quede muy bien el
concepto liberación de los “santos lugares”. Pero la realidad en sí misma, no
fue otra que “aligerar la presión” que aquejaba a la propia iglesia y a aquella
incipiente “sociedad occidental” que
estaba inmersa en feroz y solapada lucha de poderes.
De las ocho
“cruzadas”, la de 855 BP o 1.095 e.C. a 851 BP o 1.099 e.C., como primera, que
“pilló” a invasores e invadidos en autentico estado de “virginidad”, fue la
única que obtuvo algún éxito aunque muy relativo y a corto plazo. Si bien se
tomó Jerusalén por Godofredo de Bouillón, el llamado “Defensor del
Santo Sepulcro” y “saqueador en tránsito”, de judíos, musulmanes,
cristianos o lo que él y sus “boys” encontrasen en el largo camino a recorrer
entre Hungría y Jerusalén. La toma de Jerusalén, de acuerdo con la
documentación escrita contemporánea al hecho, conservada en el “mundo” musulmán
y judío, consolida ampliamente el apodo de “saqueador en tránsito”,
permitiendo, sin caer en eufemismos, el agregarle el de “sanguinario asesino”.
Dando continuidad al saqueo en “tierras cristianas” al que someten a amplias árias
de Siria, antes de penetrar en Judea, rebautizada
desde 1.815 BP o 135 e.C. en Palestina. Utilizando profusamente en su periplo,
la política de “tierra quemada”(*1).
La prueba
más evidente de las buenas intenciones y predisposición hacia los “santos
lugares”: el respeto que les infundían y la caridad cristiana que les guiaba,
la cual queda patente en la toma de Jerusalén. Dada el aura de desmanes y
tropelías que precedía a los “cruzados” o “francos” (al decir
musulmán y judío) en su avanzar. El gobernador de Jerusalén Iftikar ad-Dawla,
tomó con cierta anticipación medidas conducentes a facilitar la defensa y
resistir un potencial asedio, a la espera de que llegasen los refuerzos que con
anterioridad solicitase a Egipto. Lógicamente para evitar la “quinta columna”
interna, obligó a salir de la ciudad a todos los cristianos, a los que iban a
liberar. Quienes proporcionalmente a la población normal, arrojaban cifras
próximas al 63% de sus habitantes. Permitiendo, sin ninguna limitación, la
permanencia dentro de la ciudad a los judíos, quienes en situaciones normales,
daban un porcentaje poblacional próximo
al 20%. Aunque en aquellos momentos, dada la concentración de fuerzas regulares
fatimíes reforzadas por tropas nubias, la población musulmana
fuese ligeramente superior a la media.
Lógicamente,
previniendo el asedio, entre otras medidas, el gobernador ordenó el recopilar
cuantas provisiones se pudiesen acopiar en las inmediaciones, destruyendo el
resto, que fuesen de utilidad a los sitiadores. Cegando por “aterramiento” (*2)
los pozos de agua de extramuros. Cuando en la noche del 6 de junio del 851 BP o
1099 e.C. los “cruzados” o “francos”, se plantan frente a los muros de
la ciudad, todo hacía presagiar que se trataría de un largo asedio. Por un lado
se suponía que los atacantes, tras meses de correrías estaban exhaustos, la
ciudad bien defendida, lo que permitiría la llegada de los refuerzos egipcios.
Capt. Willie
1.- En esa tan arraigada costumbre del
Cristianismo “oficial” de “ser buenos” a costa de hacer malos a los demás,
hablan las crónicas de la política de “tierra quemada” de los musulmanes en su
defensa a los invasores cristianos. Cuando los que inauguraron e instauraron dichas
prácticas fueron los “cruzados”, siguiendo las enseñanzas de Alfonso I (el
Católico), quien utilizó profusamente, esta nefasta táctica en su lucha contra
los musulmanes de “Al-Ándalus”, dando origen al dato que recogen las crónicas
judías zamoranas y a las de la sinagoga de Toro en particular, donde hacen
clara referencia al “desierto del río Duero”.
2.- Discúlpenme amables lectores ¿Habiendo
tierra a “joderla”, en qué cabeza cabe que mandase envenenar los pozos de
agua…? ¿Tendría acaso el gobernador una destilería local, para fabricar el
cianuro necesario y envenenar los once pozos y subsiguientes manantiales, que
figuran en la periferia de la entonces ciudad de Jerusalén…? El que esto
escribe es católico, apostólico y cada día, a la vista de la obra y milagros
del “Tano Peronista” y del “Pobrezolano Sosa Caustica” menos romano, pero no
majadero, para aceptar los envenenamientos de los que se hacen eco afamados
historiadores.
Estoy empezando a darme cuenta, que el tratarte de “tu”, es un lujo reservado a esos seres de tu excesivamente limitado “olimpo”.
ResponderEliminarLa habitual colaboradora de la “Casa”, en la que serví por el escaso periodo de casi cuarenta y cuatro años, reverenda M. Marie Etienne, afirmaba, dans le monde, il y a deux sorte de personnes: Wylyam et le reste. Y… se quedaba ella… tan élégante (Chula, de chulapa).
Esta aseveración plasmada fuera de un determinado contexto, es risible, aunque a la realidad me remito. Seguro que “tu” conoces los nombres de los pueblos desertizados por orden de D. Alfonso I. Qué decir de los “pozos” a los que haces numérica referencia.
Te continuaré leyendo, aunque pase a tratarte de usted. Chencho
Redundo en mi Posdata. Me excuso por el indebido uso de este PC.
De siempre sé que el cariño y la objetividad estuvieron mal avenidos/as/es (parece ser hay que ser políticamente correctos). Ese maternal cariño es el hecho que pudo dar lugar a afirmaciones tan fuera de lugar.
ResponderEliminarNo me cabe la menor duda, que cuando alguien con la cabeza tan bien amueblada como la que tenía la Rvda. Madre M. Etienne (q.e.p.d.), para mí (Z”L), se permitía hacer tales afirmaciones, es que yo, su compañero de viaje, por el corto camino de 12.000 Km. en números redondos y en un incómodo “Citroën 4CV” (puesto que tenía un motor propulsor a proa y otro igual en popa), estaba siendo cuestionado. Cosa un tanto habitual en aquellas lejanas fechas, entre las dos “Casas”, la “suya”, de Vd. con respecto a la mía.
D. Luis (q.e.p.d.), para mí (Z”L), era mucho D. Luis y gustase, estuviese acertado o no, ordenaba y sus órdenes eran de obligado cumplimiento. Hecho este que no evitaba los “celos” entre ambas “Casas”, siempre y en todos los casos, con los sucesivos “caseros” y “acólitos” de la suya, los de la mía por pertenecer a la misma “lechigada” (1ª Acepción) lo tenían asumido de antemano.
Sin ánimo de contrariarle, ese mi “olimpo” es amplísimo, muestra evidente de ello son los “apuntes” que aparecen en el presente. En lo concerniente a memoria no a “sapiencia”, los años no perdonan y para bien o mal están ahí.
Continúo opinando que el tú o el Vd. no surgen al albur, son algo progresivo, “contacto – trato – confianza – amistad”.