A estas alturas del siglo XXI (A.D.) todo personajillo de mediano pelo, e incluso totalmente calvo en lo concerniente a ética, desposeído de la más elemental vergüenza y sentido del ridículo que se precie, considera que por sí mismo, puede convertirse en un “Invicto Caudillo” y a “toro pasado”, ganar las batallas de toda índole, en su día perdidas y, así reescribir la historia. Su historia.
En España, tras el nefasto paso del que, sin llegar ni siquiera a “remendón”, trató de remedar nuestra historia, cayó ayudado por otros de su mismo “pelaje”, en la burda broma o burla, que define, el D.U.E.(*1). Sin perjuicio de que sustituyendo raciocinio por revanchismo, sus emuladores traten de seguir atentando a la LIBERTAD, en base a legislar contra los más elementales principios del PARECER Y LA SUBJETIVIDAD QUE LOS SENTIMIENTOS IMPRIMEN A LA MEMORIA, a priori tan cargada o exenta de prejuicios y sin ánimo de causar perjuicio a nada, ni nadie. La de los unos y la de los otros. Seamos serios y no reincidamos en lo que dicen querer enmendar.
En
lo concerniente a nuestro país, somos la más vieja nación europea, que por ello
fue motivo de envidia y consecuente de ella. Vilipendiada en base a todo tipo
de leyendas, fruto de la rivalidad que desarrollaba en el entorno de sus
competidores. Cierto que a través de la historia contrastada, nuestros enemigos
externos siempre tuvieron más limitada capacidad de destrucción que la generada
por nosotros mismos, los españoles. Capacidad destructiva que sigue intacta al
día de hoy, acendrada por el revanchismo de unos y la cobardía de otros. En
síntesis: el “sinvergoncismo” común a ambos.