Esta
pasada madrugada recibí una llamada telefónica, con origen en US y desde un
número telefónico que no tenía memorizado. Al habla, una joven voz femenina,
que en un perfecto español, me preguntó si estaba en “conversa” conmigo; al
confirmarle tal extremo, se me identificó como Wilhelmine, la hija mayor de mí
buen amigo “Juancito”, de quien me comunicó el fallecimiento, la anterior semana,
de un infarto en aguas próximas a su propia casa, en Newport (RI), practicando
a sus 66 años su gran pasión, el submarinismo.
Wilhelmine, al margen de comunicarme el
fallecimiento de su padre, me mostró el disgusto que en un dado momento le
causó mi olvido, al no nombrarla entre los niños a los que sus padres cristianizaron
con mi nombre, en alguna medida en recuerdo de las “barrabasadas” que hubiésemos
podido hacer o compartir. Desde aquí y ahora pido cumplido perdón a los tres
ofendidos: a mí ausente amigo “Juancito”, a Wilhelmine y a su Sra. mamá, mi muy
distinguida amiga Edelm, a quien aprovecho para mostrar mi pesar y darle mi más
sentido pésame por la ausencia del hombre de bien, su marido y padre de sus dos
hijas.
Coincidí
de forma casual por primera vez con “Juancito”, en una de mis visitas a un
común amigo, quien al margen de ejercer como “university teacher”, estaba asignado de
coadjutor en una parroquia católica, sita en el Bronx (NY). Él me lo presentó y
me habló del tremendo esfuerzo realizado por aquel joven, para la obtención del
entonces “GED” y un buen dominio del idioma inglés hablado y escrito, lo que le había permitido, con diecisiete años recién cumplidos, su alistamiento
en la US. Navy como marinero, con aspiraciones a más. Pasados unos meses y
visitando al cura párroco de una iglesia católica de Mobile (AL), hermano del
coadjutor al que anteriormente me referí, volví a encontrarme con aquel joven “rating”
de la US. Navy, quien casualmente estaba embarcado en un destructor surto en el
puerto local.
Tras
consultarme mi amigo la inconveniencia o no, de que dicho joven compartiese
mesa y bandeja con nosotros, mostrándole yo mi total conformidad, fuimos a
cenar a un KFC y posteriormente le condujimos a su buque, momento en el que
arribaba al mismo, el Comandante, por cierto, egresado de Annapolis y, casualmente,
ex instructor de un expediente abierto contra el que esto suscribe, con motivo
de una perdida y consiguiente ausencia del citado centro académico – naval; “eclipse”
y pertinente “extravío” que en sociedad y comandita con otro compañero y
superior jerárquico, les hubiese conducido al “Madison Square Garden” con
motivo de la presentación del cantante “Sandro”, actuación que por ser
retransmitida por algunas cadenas de TV USA, mostró bien a las claras, que los
dos “comisionados” a “Canaveral o Kennedy Cape”, se hubiesen “perdido” por “alteración”
de rumbo y fueron hallados en NY. Así, con toda cordialidad y haciendo gala a
su bonhomía y humor, el referido CDR nos invitó a tomar un café a bordo de su
buque, preguntándonos por la relación que teníamos con “Juancito”, el “rating”
perteneciente a su dotación.
En aquel
día e instante, conocí la historia de alguien, al que le cupo el honor de alcanzar,
por méritos propios, ese selectivo rango que apenas logra el 1,3% del personal
alistado de la US. Navy, quien en base a su esfuerzo, honradez y sentido del
deber, llegó al retiro en el empleo de E-8 CS (EOD).
Nació “Juancito”
en un caserío portorriqueño, a inicio de los 50s del pasado siglo. Su padre, un
delincuente, alcohólico, proxeneta y violador de sus propias hijas, lo utilizó
desde que aprendió a andar, en todo tipo de actividades ilícitas, de ahí que recién
cumplidos los once años, en una de sus visitas a la escuela (su asistencia era
sumamente esporádica), el maestro,
exponiendo su vida e incluso a las de su entorno (familia), le planteó la posibilidad
de “separarse” del mundo del hampa en el que vivía y progresivamente se iba
adentrando. Tras su ausencia de la escuela durante dos o tres semanas, “Juancito”
se presentó en la casa de su maestro, dispuesto a separarse de su familia y del
“Caserío” en el que nació, fruto del incesto de su propio padre con una de sus
hijas. Él era hijo y hermano paterno de su propia madre.
Ante la
situación creada para el maestro y su entorno familiar, éste se puso al habla
con un amigo, perteneciente a la Compañía de Jesús y tras exponerle la
necesidad de alejar al niño, de un mundo en el que por su comportamiento,
muestras y actitudes no encajaba, pues corría el riesgo de no sobrevivir a la
adolescencia. Aprovechando la circunstancia de una corta estancia en San Juan,
de un prominente portorriqueño y “prócer social”, por aquellas fechas residente
en USA, entre el Maestro y el Presbítero SJ, consiguen documentar a través de
la Fe de Bautismo al niño, llevándolo inicialmente a un Centro Social de
Menores en Brooklyn (NY) y posteriormente a vivir con una familia
portorriqueña, carente de hijos y que ambos miembros del matrimonio trabajaban
en las labores domésticas de una comunidad religiosa católica. A pesar de que
nunca fue adoptado legalmente, fueron sus padres y él su hijo, comportándose
por ambas partes como si de una familia real se tratase. Prueba evidente de
ello, es que al fallecer su “padre” y jubilarse su “madre”, hasta su
fallecimiento vivió y convivió con “Juancito” y su familia, desempeñando el
papel de amante madre y abuela de sus hijas.
De la
compañía de este hombre de bien y de su esposa Edelm tuve ocasión de disfrutar
en mi estancia, en la hoy desmantelada base naval de Key West, donde él estaba
destinado como ayudante de instructor de buceo y otras actividades subacuáticas.
Allí compartimos horas de duro entrenamiento formativo, de asueto practicando
la pesca submarina y, comiendo nuestras capturas a la “brasa”, en su humilde
pero acogedora vivienda.
Desde aquí
y ahora quiero rendir el homenaje de mi recuerdo y agradecimiento, al hombre
que desde niño supo elegir el camino de la honradez y la decencia como patrón,
persona quien a pesar de los lazos comunes que de amistad y amistades nos
unían, nunca conseguí que olvidase en su trato hacia mí, la diferencia que él
estableció desde el primer día que le
vi, a su decir: entre un “rating” y un “Commissioner” o “Liner Officer”. Que Él
le haya acogido en su seno y le permita amenizar el lugar en el que se halle
con su inseparable bányo.
Gracias “Juancito”
por todo aquello que aportaste a mi vida, con esa humildad, nunca servidumbre,
incluida la maternal protección de tu Sra. Madre y la amistad de Edelm,
entonces tu joven esposa. Dado lo orgulloso que te sentías de mi “Honorary Deputy
Sheriff of Monroe County”, hoy estuve viendo la licencia y haciendo
inconsciente balance del tiempo transcurrido desde aquello. Va para cuarenta y
seis años.
Siempre
estuviste y seguirás estando en mi recuerdo con tus “aletas” y tu inseparable “bányo”.
Hoy permíteme que me ponga yo a tus órdenes. Hasta siempre “Juancito”.
Capt. Willie
Capt. Willie,
ResponderEliminarLa tardada en la contesta fue obligada por nuestra común estadía en Norfolk VA.
A modo de esposa e hijas de Johnny, para U. y para la realidad de Uds. “Juancito”, nos hallamos entrañablemente correspondidas en ese respeto al que, en el tiempo a, el LTGJ, más tarde CAPT Willie, le probó en vida y nos expresa en la personal y dedicada apostilla que antecede.
Las tres somos muy emocionadas, por ese relato tan real de la muy dura vida que el de nosotras esposo y padre enfrento en su infancia. Su relato de que él fue un “self-made man”, muy ayudado, aunque rial.
El Padre Santo fue muy generoso con él y por prolongación con nosotras, al disponer en su vida el atajuelo de su maestro, el Sr. Ferdinando, Rev. P. M. O’Really, Sr. Moncho, mamá Manola y papá Filiberto, ese Ignatian enseño que le concedió el camino a la vida, creándole la posibilidad de tratarse con personas como U. y la muy distinguida familia de U., empleadores donosas de Manola, mi hija chica.
Esta su afecta amiga Edelm, a raíz de la conversa que alimentó con mi hija Wilhelmi y la publicación que precede. Les relato la transcripción un millón, de aquellos meses que permaneció en Cayo Hueso. Lo dichosa que hacían a la abuela Manola sus visitas, al de nosotras Johnny y por añadido a mí, una extraña, de reciente allegada a aquella amantísima mamá que Johnny compartió largo tiempo conmigo.
Puede como dicen mis niñas, que los hispanos no gocemos de sentidos de ponderación en la hora de mostrar los sentimientos de nosotros, pero los profesamos y no los ocultamos.
Willie, gracias desde el más profundo de nuestros corazones, gratitud que ampliamos a los reverendos hermanos O´Really, a la familia de U. y a las personas poblacionales y autoridades de éste nuestro muy grande país. De él nuestro Johnny, nos enseña a estar muy orgullosas.
Suyas de U.: Edelm, Wilhelmi y Manola.