La sociedad conformada por el mundo Occidental
Cristiano lleva recibiendo y resistiendo periódicos y cíclicos embates desde
hace dos mil dieciséis años, y mal que les pese a algunos, en base a la
mitología, la historia, la divagación y por qué no, la heterodoxia, evolucionó
hasta llegar a alcanzar el grado de libertad colectiva e individual del que hoy,
inconscientemente, hacemos uso como algo natural y con circunstancial a
nosotros mismos. Conceptos tan frecuentemente utilizados, traídos y llevados
como: intolerancia; libertad de conciencia; dogma; son palabras, que de
acuerdo a quien las utiliza y como las utiliza, independientemente de su
etimología, tienen uno u otro significado, y siempre son utilizadas desde algún
punto ideológico, sea este político, religioso o económico.
El que esto suscribe, no puede ni pretende
negar su origen cultural – religioso dentro del más ortodoxo judeo – cristianismo, siéndome por tanto
familiar el mundo hebraico con sus usos – costumbres – rituales, y el católico
con los de él. Por formación y de los dos ámbitos profesionales en los que en
dados momentos me moví, unido a la proximidad geográfica, cultural y
lingüística en las que en cierta medida estuve inmerso, surgió lógicamente, mi afinidad
a las iglesias católicas orientales, a su implícito concepto de religión -
nación y consiguientemente, mi comunión de ideas con las comunidades que las conformaban
en distintas partes del mundo. Sintiéndome totalmente identificado por lazos de
fe y amistad con la maronita, caldea y siria, y en menor medida con la copta, teniendo
una especial “debilidad” de índole sentimental, por la sufrida iglesia armenia.
Este hecho sociológico, puede que sea el vínculo vehicular, que sin caer en
“patrioterismos”, más haya influido en mis conceptos de patria – nación – estado.
Bandera e himno, como representación de trazabilidad de esa patria – nación – estado y por
consiguiente, la tierra como elemento físico que acoge a las personas, que
unidas por esos mismos sentimientos compartimos un destino común.
Superando ese
o este “pueblerino” y “corto” concepto de destino común, fue desarrollándose en
mí uno mucho más generalista y totalmente acorde con la universalidad de la
Iglesia encarnada en aquel humilde judío llamado Jesús, nacido de María y nieto de Ana: que a
los que tal creemos, y siguiendo el “Credo de Nicea” fue “engendrado, no
creado, de la misma naturaleza del padre por quien todo fue hecho…”. Universalidad
que me llevo en principio a hermanarme con
todos los hombres, independientemente de su origen, sexo, color, credo u
orientación sexual.
El grave
problema, a mi humilde forma de ver y entender este menos malo mundo que me/nos
toca vivir, consiste en la “molicie” y consiguiente “pérdida de valores” a los
que el consumismo desenfrenado nos llevó, tras la finalización de la segunda
guerra mundial (1939 – 1945), aumentado y corregido con el término, de lo que
dio en llamarse la “guerra fría”, y el “desplome” de la imposible situación
creada por el “socialismo real”, vulgo “comunismo”, donde teóricamente, a
cambio de un bienestar material total, se perdían todas y cada una de las
libertades y garantías individuales en favor de las colectivas. Como realmente
se vio, fue una quimera de muy corta duración. Se instaura en octubre de 1917 y
no pervivió ni por una centuria, salvo en China continental (con un régimen
comunista en lo político, todas las libertades prácticamente restringidas y
salvajemente capitalista en lo económico). El resto de países comunistas, son eso,
simples vestigios representativos de la más paupérrima miseria en lo moral, social
y económico. Muestra evidente: Corea del Norte, Cuba, Venezuela y “algún
vestigio” perdido por este ancho y largo mundo.
En mi caso,
contrariamente a esos asustadizos “progresistas de vía estrecha”, la mayoría
obtenida por Mr. Donald Trump, en la noche madrugada pasada, no por anunciada y
esperada, dejó de satisfacerme. Pues el “mundo” “mundial”, ya no podía seguir
con tanto “buen musulmán” y “señora con espaldas de estibador portuario”
opinando sobre los “blanquitos”, a la vez que en su país, se desataban “demonios
raciales”, que yo creía dormidos a finales de los sesenta e inicio de los
setenta, cuando los “Republicanos” consiguieron implantar de forma real, la Ley
de Derechos Civiles, que ellos mismos habían conseguido sacar, en contra de
destacados políticos “Demócratas”.
De su
contrincante, como bien no puedo opinar, me abstengo; dejando para sus
defensores a ultranza lo que les podía
dar la tal sra. (con minúscula): el ajo… y agua… de rigor en estos casos,
momento que aprovecho para felicitar al Sr. Trump por su rotundo y democrático
éxito. Mal que les pese a esos del “joderse” y “aguantarse”, mi mundo y el
mundo resultante de la segunda guerra mundial y del final de la guerra fría, se
consolidó. Terminando esa agonía “crónico - patológica” a la que la corrección
política, el resentimiento del traído y llevado “buen musulmán”, y la de las
“anchas espaldas de la que se acompaña” llevaron al mundo occidental, con la
cooperación necesaria de la “bola de ojetes” a la que hice mención en los
precedentes de esta trilogía. Aclarar no obstante, que hubo reacciones, qué no
por esperadas, dejaron de sorprenderme, caso de la “palanganera” de la
“cartofelera”, a la que lógicamente el triunfo del Sr. Trump le causó la “enorme
conmoción”, que su jefa y ella le ocasionan al que esto suscribe.
La aplastante victoria de Mr. Donald Trump (el de
verdad, el que supo crear un emporio de riqueza) no el majadero caracterizado
por los “culi – cagados – progres”, tipo a los citados en el párrafo precedente.
Con dicho Sr. a partir de enero próximo en el despacho oval, puede que hasta el
mismísimo “Pampero” tenga que replantearse su “Peronista” forma de ver el
mundo, dándose cuenta por primera vez, que la silla donde sienta su trasero, ya
no le permite más veleidades tercermundistas y “buenistas”. Que “el bello
secretario particular, heredado y compartido” con “Her Torquemada” y el
Secretario de Estado, pintan en el mundo actual, lo que las sotas de oros y espadas
jugando a la brisca. Nada de nada.
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