Una vez más me veo en la necesidad de
dar respuesta a una clase de “necio”, rayano en el grado “superlativo”
(disculpadme la redundancia), ignorancia crasa. No obstante, que entienda y
disculpe, que en ciertos ambientes socio – culturales – domésticos, alcanzar el
orden presbiteral, sea el acceder a un estatus entre académico – social –
religioso que prestigia al ordenado y por extensión a su entorno familiar.
Así en ese “microcosmo” en el que se
desarrollan, donde la opacidad de sus personas, la carencia de “background” y
la ambición por “hacer carrera”, les conduce en la gran mayoría de los casos a
orientar su pobre cultura primigenia a la formación acelerada y no digerida del
derecho canónico, pues en una iglesia
donde la ignorancia corre pareja a las citadas ambiciones, el acceso al
episcopado es en la gran mayoría de los casos motivo de desvelo. Siendo el
derecho canónico el más “derecho” camino para alcanzar dicho ambicionado fin.
El Ejemplo y la Pastoral están en desuso y tienen valores que no “cotizan” en
la actual “carrera” eclesial.
Así este “Niceo”, mal que les pese a algunos,
superado el Canon VIII de Nicea II y
acogido a la letra y espíritu que emanó. Me siento satisfechísimo de un
reciente regalo que un excelente y muy querido amigo me hizo: conocedor él de
mi concepto de veneración a ciertas representaciones iconográficas, tuvo a bien
regalarme una vieja “estampa” que a continuación reproduzco:

Al inmenso simbolismo que para mí encierra
tan humilde “impreso”, debo de unir que el originario propietario del mismo,
era un suboficial de la “Benemérita”, quien la portaba en su cartera al lado o
junto a su Carnet de Identificación Militar. Gracias por partida triple, amigo
mío; por un lado, está el hecho de saber y conocer mi especial devoción por la
Santísima Trinidad, el desprenderte de ella por el simbolismo familiar que para
ti representa, y por último por tener presentes las manifestaciones que hago
ante la escasez iconográfica en iglesias y lugares de oración, echando en
especial falta la Capilla de la Santísima Trinidad, existente en mi infancia en
mi villa natal; hoy convertida en museo.
Consciente de que mi forma de ver,
entender y practicar el Catolicismo, conduce a las “guerras” y “frentes” que
tengo abiertos, y que ni recurriendo a la “dialéctica del bien” donde por
concatenación de argumentos obtenidos del razonamiento, puedo desmontarlos, me
sigo ratificando en mis más elementales principios, una y mil veces repetidos:
“Solamente rendiré cuentas a Él y ante Él, estando siempre y en todo momento en
disposición de hacerlo”.
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