sábado, agosto 26, 2017

De la blasfemia, del blasfemo; del sacrilegio del sacrílego y de lo profano y de la profanación…


    
    La blasfemia: Del latín blasphemĭa y del griego βλασφημία (blasphēmía), etimológicamente tiene un claro significado de término: ofensivo, injurioso, contumelioso y/o de escarnio.
 
    Con independencia de lo que antecede, la acepción de blasfemia actualmente aceptada en las principales lenguas (como el conjunto de formas de expresión que utiliza para comunicarse cada nación o entidad cultural humana, sentándola como sinónimo de idioma): “Son aquellas expresiones orales, escritas o gráficas, que atentan contra la cualidad de divinidad”. Siendo el blasfemo/a: quien profiere de forma oral, por escrito o gráficamente dichas expresiones.
 
   La blasfemia como tal, ocupa desde antiguo amplia legislación, teniendo clara mención en el “Levítico”, lo cual nos hace remontarnos sin lugar a dudas al periodo persa, que discurre aproximadamente entre los siglos VI y IV a.C. Ya en la considerada “era común” y/o “d.C.”, a pesar de la sola conservación de una parte del índice, en el primero de los códigos de Justiniano (Coses vetus o primus), existe clara mención al “delito de blasfemia”, lo cual nos lleva a la primera mitad del siglo VI e.c. o d.C.

  Sacrilegio: del latín (sacrilegĭum), de forma muy simplista, pero un tanto explícita, se podría definir como: Aquellos actos cometidos con grave falta de respeto hacia algo sagrado, venerado o inmaculado, pudiendo estar dirigido hacia un individuo, lugar u objeto. Denominándose Sacrílego a aquel que lo perpetra.
 
  Los cuatro conceptos hasta ahora esbozados, tuvieron a nivel mundial una lógica  evolución a través de la historia, donde las costumbres e influencia de la “enciclopedia”, jugaron un importante papel, llegando en la práctica totalidad de la legislación mundial occidental, a la despenalización de hecho; salvo en contadas ocasiones calificadas de muy graves.
 
   Si a su vez es de práctica aceptación y similar acepción en las distintas lenguas – idiomas, el significado asignado al vocablo, Profano: entendiéndose por tal, aquello que no se considera sagrado, ni tiene utilidad dentro de tal ámbito, limitándose su uso al medio secular, o también a aquello que resulta altamente irrespetuoso con los símbolos religiosos, especificas creencias de ellos derivadas u otros valores de ámbito cívico y/o patriótico.
 
   Así vemos que de acuerdo a la evolución social de cada sociedad y a sus particulares creencias, los conceptos hasta ahora “traídos”, tienen unas concatenaciones claras y concretas, siempre condicionadas por el ámbito de las creencias. De ahí que el mismo hecho a enjuiciar, queda en todos los casos “prejuzgado” y consiguientemente absuelto o condenado, en función de los “valores” socio – religiosos y ecuanimidad de partida.
 
   A mi particular concepto de la vida y mi forma de vivirla, todo aquello que pueda atentar contra las íntimas creencias de cualquier persona, sea en el ámbito sexual, religioso o político, es digno de todo respeto y consideración. Tomando como una afrenta personal, todo acto que atente individual o colectivamente a los seguidores de tales creencias y consiguientes prácticas. Pero… ¡Ojo al parche! Exijo que las mías a nivel individual y/o colectivo, sean tratadas con el mismo respeto y consideración. No admitiendo la “apología” de lo propio, y la reprobación y/o vituperio de las mías. ¿Dónde termina mi libertad y dónde empieza la ajena? ¿Dónde empieza mi libertad, donde termina la ajena? Por principio, me niego a creer en la “paz de los cementerios”
 
  Aclarados los conceptos por los que rijo mi forma de comportarme en la sociedad que me tocó vivir, y esforzándome por vivirlos dentro de los principios que emanan del “judeo – cristianismo” (la civilización de la que provienes, indudablemente marca): considero que la vida de toda persona es sagrada, ya que mis creencias emanan de la potestad divina en la que firmemente creo. Por tanto, al Eterno y solamente a Él, le corresponde disponer de la vida como bien supremo de la persona.
 
   La blasfemia, en el más amplio sentido del concepto, me ofende en grado sumo. El blasfemo ignoro donde empieza. Cuando algunas veces oigo invocar en vano el nombre de Él, de la Santísima Virgen y el de la propia madre que trajo al mundo al blasfemo, me entran serias dudas de: si está blasfemando o está invocándolos tras una contrariedad sufrida. Sí me ofende y mucho, el blasfemo que cae en ella, con único fin de ofender, no solamente a la “deidad” contra la que la dirige, sino a aquellos que lo circundan y creen en ella. 
 
   El sacrilegio y al sacrílego, lo juzgo en todos los casos dentro de los parámetros que mi cultura me permite, pues considero, que el conocimiento y el deseo expreso de cometerlo son necesarios para poderlo perpetrar.
   Del profanador, distinguir al igual que en el blasfemo, dos clases: el que es ignorante del hecho de estar cometiendo una profanación, y aquel o aquellos, que conscientemente de ello, la cometen. Los primeros, consiguen disgustarme seriamente. Los segundos, en todos los casos me indignan. 
 
   Llegados aquí, he de expresar mi total indignación contra toda manifestación que pueda ofender a los creyentes de buena fe, de todo credo o religión y que a priori y a posteriori respeten las ajenas, y no sean poseedores absolutos de la verdad y consiguientemente no traten de imponerla. 
 
   En todo momento y lugar, mostré mi total desacuerdo y repudio, con un hoy conocido escritor y un periódico satírico, que creo, que de forma deliberada atentaron contra las íntimas creencias de millones de personas. Pero ese total desacuerdo no me lleva, ni a justificar su condena a muerte ni mucho menos a su ejecución. Insisto, la vida humana, a mi concepto de ella, depende única y exclusivamente de la mano del Eterno, y no existe para mí justificación, ni humana, ni divina que permita el quitarle la vida a nadie. 
 
   No obstante a todo lo hasta aquí manifestado, y comprendiendo, que los votos los hay que pescar allí donde los hay, y que el Monsieur Stèphane Le Foll, como “buen” francés y socialista comiendo de la política, necesita dicho/s votos. No obstante creo, que en sus manifestaciones de racismo e islamofóbia, se pasó en unos cuantos pueblos, como mínimo todos los existentes entre Mans (Sarthe) y Paris. ¿Acaso a dicho “progresista” socialista, no  le llegó la “Enciclopedia” y el concepto de libertad ajena? ¡Cierto, es francés y socialista a la caza desesperada del voto! 
 
   A quien me pueda responder con razonamientos lógicos, pregunto: ¿El cristianismo, en sus distintas confesiones, acepta y da por bueno el “que ponga la otra mejilla” de Lucas - Mateo y la consiguiente enseñanza que de ella se desprende? ¿A la hora de juzgar a los demás “el que esté libre de culpa, que tire la primera piedra”. Para no extenderme, dejo solamente estas dos citas. Lo cual, en mi “lógica” interpretación, me lleva a afirmar que ante la vida cotidiana, una religión que se asienta en conceptos tan sumamente pacíficos, es una “Religión de Paz”, teniendo que suscribir a priori que sus seguidores son a su vez “Gentes de Paz”. 
 
   ¿Cómo es posible, que en ninguno de esos países (salvo que haya cambiado, en lo que queda, o dejaron de Siria), que tienen por religión oficial al Islam, no permitan el establecimiento de Iglesias Cristianas, traducción a la lengua oficial del país de la Biblia y/o Evangelios; no se pueda llevar al cuello la cruz o imagen simbólica de la religión católica, etc., etc.? Sin embargo, debemos aceptar y de hecho estamos aceptando el establecimiento de mezquitas. Manifestaciones públicas de distintas confesiones y escuelas Islámicas, que careciendo en todos los casos en su credo, de la mínima alusión a los conceptos anteriormente puestos en boca de los evangelistas o del mismo Jesús, nos aseveran que son una religión de paz.
 
   Si la evolución del pensamiento y las consiguientes creencias son fruto de las vivencias, se explica que mi religión, el Catolicismo, comenzase como una secta del judaísmo, pues su historia queda reflejada en el año 5777, por el que discurre el considerado alma mater, caminando en la era común o después de Cristo, por el año 2017, y en el 1438 de ciertas creencias Islámicas. 
 
   Mi total mimetismo con el “ajo”, por lo repetitivo, me lleva de nuevo a preguntar a “mandantes” (no gobernantes) políticos y religiosos, ¿para cuándo dejan el establecer parámetros de reciprocidad, con esa pacifica religión y sus pacíficos seguidores, de forma tal, que a nosotros, los “infieles”, nos “toleren” con la misma “tolerancia” que para ellos exigen? ¡Será que ellos son los elegidos y nosotros los repudiados! 
 
   ¿Dónde empieza y termina el “papanatismo”, “buenismo”, cretinismo, “buenrollismo” y “estultismo pijo progre o peronista”? No alcanzo a distinguirlo. Lo cierto y verdad es que me resulta inconcebible, que una sociedad civil y civilizada, admita y pase por tener unos “dirigentes” políticos, religiosos y económicos, como los que nos toca padecer.
  
   En que deparaste vieja y envejecida Europa, y con ello, tu cultura occidental cristiana, con antigüedad de 2017 años. Afirmar que no tienes miedo, cuando realmente te tienen “acojonada”, es una huida más hacia delante de esos “mamarrachos” que nos manipulan en lo político y religioso.
 
   La situación de la Iglesia Católica actual, trae a mi memoria y hace buena, la “mamarrachada” que un “canalla” Nuncio en un país de A.C. nos dedicó. Su afirmación era tan falsa como él mismo, pero al fin y al cabo, nosotros dábamos de comer… y según el muy “cabrón”, una vez alimentados, los fieles se iban a confesiones afines cristianas. 
 
    ¿Cuándo empezaremos a mostrarnos tan condescendientes y benignos con nuestros hermanos en cultura y fe, de América del Sur y Central? ¿Cuándo dejaremos de rechazarlos en nuestras fronteras marítimas, terrestres y aéreas, como si de delincuentes se tratase? 
 
                        Capt. Willie
 
 

 
 
  
 
 

 

 

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