Si
de algo soy consciente, es que el mundo, desde que es mundo y sobrevivió al “diluvio
universal”, citado al menos en cinco de las distintas religiones a las que por cultura
accedí, pasó por distintas y múltiples civilizaciones y los subsiguientes
avatares, que como herencia tangible nos dejaron ese “diluvio” y poco más.
El escarmiento en cabeza ajena, es algo a
lo que los humanos solemos hacer continua referencia en nuestra cotidianeidad,
pero a su vez, fuera del plano teórico, carece de toda efectividad práctica en
ese nuestro diario hacer y comportarnos. Sea a nivel individual o como
colectivo.
El legado griego - latino a la
civilización, considerada hasta “antes de ayer” occidental y por extensión
cristiana, fue una herencia que en los últimos trescientos setenta años, nos
encargamos de dilapidar de forma acelerada y progresiva. Siempre en base a la “modernidad”,
interpretando ésta, no en el plano histórico posterior a la conocida como Paz
de Westfalia, sinó como elemento conducente y justificativo, a relativizar
todas y cada una de las “barrabasadas”, que en base a esa traída, llevada y
manida “modernidad” se van adoptando y aceptando en el plano personal y
colectivo. Sintomático y fiel reflejo de la afirmación que antecede, es el
dicho, en versión antigua: “a fulanito, se le paró el reloj…”, más actual “tíoo,
no estas al loroo…”. El progresivo desconocimiento de la existencia de Esopo y
de Fedro, por consiguiente de sus fabulas, mal que nos pese no es una muestra
de ignorancia, es la carencia de un anticuerpo básico y elemental a la indebida
o mal interpretada modernidad.