En ese variopinto mundo en el que viví y me
moví, la caída o derrumbe de utopías fue una constante, donde solamente
permanecieron inamovibles en todos los casos, la miseria humana o la virtud. Miseria
o virtud de la que en momentos claves, algunas personas y colectividades dieron
y dan muestra de lo peor y de lo mejor de ese ser racional por el que se define
a los humanos. Ser al que en muchas de las ocasiones, la racionalidad al igual
que el valor, se les supone.
Independientemente de las categóricas
afirmaciones a las que nos tienen acostumbrados los poseedores absolutos de la
verdad, los “populismos” son tan antiguos como la propia humanidad, siendo en
todos los casos y ocasiones cuando estos afloran y se manifiestan, fruto de
algo, cuya señal siempre es la
frustración colectiva a la que las élites dirigentes conducen a unas “masas” obviadas
o ninguneadas, desde el prisma de la superioridad de las que ellas se “sienten
investidas”. Miran y nos ven, en el más literal de los conceptos, desde arriba,
siendo nosotros las masas, claro está, los de abajo. ¡Vamos los mandados, los
de siempre!