lunes, enero 23, 2017

Cuando el magisterio pasa a ser un simple modus vivendi…

    Próximo a cumplir los setenta, con una formación académica reglada de lo más “variopinta” y respaldada por las más dispares titulaciones, licencias y doctorados. Lances vividos y compartidos de la “ceca” a la “meca”, con personas de toda raza, origen y condición. Desde entornos de total abundancia y seguridad física a extremas, donde mi vida no tenía valor alguno y mis necesidades primarias, incluida la alimentación, dependían de la benevolencia de Él, que en toda ocasión tuvo a bien darme lo necesario para sobrevivir.

     Situaciones todas ellas, que al día de hoy no se me olvidaron, pero que, en distintas entradas en este blog, desde los lugares más chic o recónditos, me hacen recordar y en algunos casos (más de los que quisiese) revivir, a través de conexiones Webcam.

     Desde mi infancia tuve claro, que ser “Maestro” no era una tarea fácil. De ahí que según fui creciendo, siempre distinguí la gran diferencia existente entre el “Maestro” y el “Profesor”. Diferencia ésta que las vivencias y experiencias a las que aludo, confirmaron a través de los años.

    Maestros en mi vida tuve muy pocos y el contraste entre unos y otros lo establecí a relativa corta edad: los cuatro primeros, y siguiendo el orden que establezco, los distinguí antes de los doce años, cuando para entonces, a poco que me esfuerce, recuerdo con nombres y apellidos unos dieciocho “vividores” (léase la definición del DRAE y aplíquese a libre albedrío, la acepción más idónea al sentir del amable lector) dedicados al magisterio o a la más estricta prostitución del mismo.

     Maestros, maestros, mí adorado Abuelo y mi tío, el mayor de los hermanos de mi Madre, fueron los dos primeros. El uno, me enseñó que el “mundo era lo suficientemente pequeño para que tuvieses que andar muy derecho por él”; él otro, que “desde la mecánica celeste a la más elemental, la de andar por casa”, se asentaban en física y en matemáticas. D. José Quevedo (Maestro Nacional en una Escuela Rural de los años cincuenta - sesenta): que el estudio de las distintas materias por dispares que pudiesen parecer en principio estas entre – sí, en el momento que sintiese la “curiosidad”, ella (la curiosidad) me conduciría a su estudio”. Por último, el único sobreviviente (Él, quiera que por mucho tiempo) a los tres precedentes, el Rvdo. P. Luís Villanueva, quien llevó a mi ánimo, “que la formación humana era imprescindible para ser persona, y que la forma de expresarla, tan importante como ella misma: el uso del idioma”. Claro está que comparar a Villanueva con los mequetrefes y bárbaros* (* salvo la 5ª acepción, el resto los refleja perfectamente) de los que estaba rodeado, sin menospreciarlo, puede que resaltase su magnitud como “Maestro”. ¡Cuánta bestia desalmada poblaba aquel colegio…!

   Según discurren los años por mi vida y mi vida por los años, dejo de “pedir peras al olmo y paso a conformarme con las bellotas” y a disfrutar y vivir los momentos que aquellos “Maestros” que tuve la suerte de encontrar me producían. Esos, mis Maestros, fueron en materias y orígenes tan dispares, como mi formación académica y cubren asignaturas que sus mismos nombres dan muestra del contraste en origen de dichos Maestros: astronomía; catequética; dibujo; edafología; ética; física; mecánica de los fluidos; meteorología; moral militar; navegación; patrística oriental; propulsión; teología positiva; termodinámica - termotecnia aplicada, y asignatura que sin definición o nombre propio alguno, se pueden definir, como saber ser, estar y comportarse. Mi gran “Maestro” en esta amplísima asignatura fue Jesús, el de Nazaret y unos cuantos, hermanos en Él, amigos y compañeros, que quedaron por el camino, por el simple hecho de seguir su estela, y claro está, sin pertenecer a escudería o partido político alguno: sandinista, somocista, molinista, unos, ni otros. Aunque para el hoy “Okupa de los Altares”, todos fuésemos “rojos comunistas”. Quizás por aquello de  confundirnos con sus originarios amigos y colaboradores directos.

    Lo cierto es que a finales de los sesenta e inicios de los setenta, por la ubicación geográfica de mí Escuela, las “jóvenes” con las que solíamos “alternar” salvo contadas excepciones, estudiaban en la “Normal” y por supuesto magisterio, o bien enfermeras en la escuela de la Diputación provincial.

    Entre estas alumnas de la “Normal” de allí y de las homólogas que en distintos “guateques” y “saraos” de fiestas patronales, de cuerpos y armas fui conociendo, en aquellas lejanas fechas era normal, que con cierto desenfado, no exento de ambiguas aspiraciones, algunas, a la clásica pregunta de: ¿A qué te dedicas? Una respuesta recurrente fuese, la de “Ingeniería Pedagógica”, pues a pesar de la distancia geográfica entre las unas y las otras, está claro que existía una clara predisposición corporativa a asumir una ingeniería. Lo cual, con más maldad que tiento, el que esto suscribe, en compañía de otros no mejores que él, solíamos desbaratar con una respuesta que causaba furor: ¡Ah… para “desasnadora de mocosos”! Tanto fue el cántaro a la fuente… que heme aquí felizmente casado con una de aquellas “desasnadora de mocosos”.

    A la que un  buen día, mor a la evolución y revolución profesional a la que implícita y explícitamente aspiraban, hubo que ayudar a desarrollar un “Proyecto” y “Planificar” la puesta en ejecución, seguimiento y control del mismo. Vamos… en el fondo, ya se asemejaban a los Peritos (en las distintas materias) quienes en aquellas fechas, con muchísimas restricciones en capacidad, potencia, superficie, etc., etc. disponían de ciertas atribuciones profesionales.

    Recuerdo, que rodeado de maestros, y más maestros, por “matrimonio pedagógico”, hice una afirmación y les planteé una pregunta. A la afirmación sobreviví, dada mi fortaleza física de entonces. A la pregunta, a pesar de los muchos años transcurridos y vivir y sentir a través de mi adorada hija las secuelas y consecuencias, secuelas y consecuencias que revivo a través de mi queridísima nietina; aún no obtuve respuesta.

   Afirmación: Ya estáis como los Ingenieros. Hacéis proyectos o copias de proyectos muy altisonantes. Carecéis de formación en términos generales para poderlos desarrollar, evaluar y corregir. Dentro de muy poco tiempo, los papeles os sobrepasarán y lo único que quedará son nuevas palabras, que significarán lo mismo que aquellas utilizadas hasta ahora y manidas por los “clásicos”. Militar – Maestro – Cura, o son vocacionales o tururú… A pesar de los años transcurridos aún algunos hoy retirados por edad reglamentaria, continúan sin saludarme.

   Pregunta: Cuándo a un Perito o Aparejador le revienta un generador de vapor, le cae un ascensor, se derrumba una construcción o fracasa una determinada plantación,  ¿qué pasa? Cuándo cualquiera de vosotros, por falta de conocimientos, pericia, buena fe y otras circunstancias, incluida la simpatía o antipatía con los progenitores de vuestro alumno, curso tras curso y así durante toda una vida profesional, limitáis, frustráis y llegado el caso desequilibráis a vuestros alumnos, ¿qué pasa?

    La respuesta la doy yo. A los primeros los llevan a los tribunales. Los colegios profesionales tratan de encubrir la “metedura”, los seguros de responsabilidad civil a regañadientes y tras sucesivas sentencias al respecto, acaban indemnizando… Se olvida el hecho y hasta la próxima…

    En el “caso” del “profesor”, los “Maestros” no suelen tener “caso”. NO PASA NADA DE NADA. A una media anual de doce - quince alumnos “jodidos” a lo largo de una dilatada vida laboral como “profesor”, no “Maestro” (en el caso de estos, suele anteponerse profesional a laboral), el número de “jodidos” arroja cifras cuantiosas. Como las secuelas no son cuantificables en magnitudes físicas, aquí paz y después gloria. Que el “arbolito se torció”, a pesar de que todos los alumnos vienen de serie siendo “buenos” y “angelicales”, allá el alumno jodido y sus padres. A finales de mes el sueldo llega y a los amigos, se les continúa anteponiendo a algo que se llama la “ética profesional” y a los más elementales protocolos, cuando se trata de formar y desarrollar personas en valores y en conocimientos reglados.

    Se hace triste ver, sentir y padecer la falta de formación humana de la que adolecen personas que por profesión se les supone. Aunque, ciertamente el suponer es gratuito y una vez más caemos en aquel “latiguillo” que se ponía en las Libretas Militares de Reemplazo (en la marina, vulgo Kilo). Valor: “se le supone”.

     A algunos se hace imposible suponérselo. Con toda seguridad, carecen de él.

                            Capt. Willie

2 comentarios:

  1. Ya decía/decíamos: los diocesanos – “dominicos”, los profesores universitarios, los políticos de todos los signos y condición. Claro, faltaban los “maestros” o profesores de infantil y primaria.
    Independientemente de Nicea, S. Juan XXIII, S.S. Pablo VI y la 32 Congregación General de los Jesuitas ¿EXISTÍO… EXISTE ALGO…?
    Ahí lo dejo/dejamos. Aplíquese Ud. el “TORQUEMADA” o bien el “NICEO.”
    Nos publicará y mantendrá…
    Aquí lo dejo/dejamos.

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    1. Acogiéndome a la común traducción “a la española” del «cogito ergo sum», por el “pienso, luego existo”, a Vd.\Vds. les pueden proporcionar cuanto “pienso” su sistema digestivo aguante, pero de existencia, nada de nada; continuarán siendo borricos. Sin ánimo de ofender a tan nobles animales, parece ser en riesgo de extinción, no como los de su especie que proliferan al igual que los champiñones. Le/les sugiero estudien la morfología y desarrollo de dicho hongo y vera/verán que siguen procesos de cultivo y colonización similares, pero siempre rodeados de oscuridad y estiércol.
      No se preocupen, ya están publicados y les garantizo que me cuidaré de conservar tan champiñonescos, hondos, profundos, cuasi abismales pensamientos y razonamientos.
      Gracias por merecer su atención y como siempre a su entera disposición.
      Ajo - Agua

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