Próximo
a cumplir los setenta, con una formación académica reglada de lo más
“variopinta” y respaldada por las más dispares titulaciones, licencias y
doctorados. Lances vividos y compartidos de la “ceca” a la “meca”, con personas
de toda raza, origen y condición. Desde entornos de total abundancia y
seguridad física a extremas, donde mi vida no tenía valor alguno y mis
necesidades primarias, incluida la alimentación, dependían de la benevolencia
de Él, que en toda ocasión tuvo a bien darme lo necesario para sobrevivir.
Situaciones todas ellas, que al día de hoy
no se me olvidaron, pero que, en distintas entradas en este blog, desde los
lugares más chic o recónditos, me hacen recordar y en algunos casos (más de los
que quisiese) revivir, a través de conexiones Webcam.
Desde mi infancia tuve claro, que ser
“Maestro” no era una tarea fácil. De ahí que según fui creciendo, siempre
distinguí la gran diferencia existente entre el “Maestro” y el “Profesor”. Diferencia ésta que las vivencias y experiencias a las que aludo, confirmaron a través de los años.
Maestros en mi vida tuve muy pocos y el
contraste entre unos y otros lo establecí a relativa corta edad: los cuatro
primeros, y siguiendo el orden que establezco, los distinguí antes de los doce
años, cuando para entonces, a poco que me esfuerce, recuerdo con nombres y
apellidos unos dieciocho “vividores” (léase la definición del DRAE y aplíquese
a libre albedrío, la acepción más idónea al sentir del amable lector) dedicados
al magisterio o a la más estricta prostitución del mismo.
Lo
cierto es que a finales de los sesenta e inicios de los setenta, por la
ubicación geográfica de mí Escuela, las “jóvenes” con las que solíamos
“alternar” salvo contadas excepciones, estudiaban en la “Normal” y por supuesto
magisterio, o bien enfermeras en la escuela de la Diputación provincial.
Entre
estas alumnas de la “Normal” de allí y de las homólogas que en distintos “guateques”
y “saraos” de fiestas patronales, de cuerpos y armas fui conociendo, en
aquellas lejanas fechas era normal, que con cierto desenfado, no exento de ambiguas
aspiraciones, algunas, a la clásica pregunta de: ¿A qué te dedicas? Una respuesta
recurrente fuese, la de “Ingeniería Pedagógica”, pues a pesar de la distancia
geográfica entre las unas y las otras, está claro que existía una clara
predisposición corporativa a asumir una ingeniería. Lo cual, con más maldad que
tiento, el que esto suscribe, en compañía de otros no mejores que él, solíamos
desbaratar con una respuesta que causaba furor: ¡Ah… para “desasnadora de
mocosos”! Tanto fue el cántaro a la fuente… que heme aquí felizmente casado con
una de aquellas “desasnadora de mocosos”.
Recuerdo, que rodeado de maestros, y más maestros,
por “matrimonio pedagógico”, hice una afirmación y les planteé una pregunta. A
la afirmación sobreviví, dada mi fortaleza física de entonces. A la pregunta, a
pesar de los muchos años transcurridos y vivir y sentir a través de mi adorada
hija las secuelas y consecuencias, secuelas y consecuencias que revivo a través
de mi queridísima nietina; aún no obtuve respuesta.
La respuesta la doy yo. A los primeros los
llevan a los tribunales. Los colegios profesionales tratan de encubrir la
“metedura”, los seguros de responsabilidad civil a regañadientes y tras
sucesivas sentencias al respecto, acaban indemnizando… Se olvida el hecho y
hasta la próxima…
En el “caso” del “profesor”, los “Maestros”
no suelen tener “caso”. NO PASA NADA DE NADA. A una media anual de doce -
quince alumnos “jodidos” a lo largo de una dilatada vida laboral como
“profesor”, no “Maestro” (en el caso de estos, suele anteponerse profesional a
laboral), el número de “jodidos” arroja cifras cuantiosas. Como las secuelas no
son cuantificables en magnitudes físicas, aquí paz y después gloria. Que el
“arbolito se torció”, a pesar de que todos los alumnos vienen de serie siendo “buenos”
y “angelicales”, allá el alumno jodido y sus padres. A finales de mes el sueldo
llega y a los amigos, se les continúa anteponiendo a algo que se llama la
“ética profesional” y a los más elementales protocolos, cuando se trata de
formar y desarrollar personas en valores y en conocimientos reglados.
Se hace triste ver, sentir y padecer la falta
de formación humana de la que adolecen personas que por profesión se les supone.
Aunque, ciertamente el suponer es gratuito y una vez más caemos en aquel “latiguillo”
que se ponía en las Libretas Militares de Reemplazo (en la marina, vulgo Kilo).
Valor: “se le supone”.
Capt. Willie
Ya decía/decíamos: los diocesanos – “dominicos”, los profesores universitarios, los políticos de todos los signos y condición. Claro, faltaban los “maestros” o profesores de infantil y primaria.
ResponderEliminarIndependientemente de Nicea, S. Juan XXIII, S.S. Pablo VI y la 32 Congregación General de los Jesuitas ¿EXISTÍO… EXISTE ALGO…?
Ahí lo dejo/dejamos. Aplíquese Ud. el “TORQUEMADA” o bien el “NICEO.”
Nos publicará y mantendrá…
Aquí lo dejo/dejamos.
Acogiéndome a la común traducción “a la española” del «cogito ergo sum», por el “pienso, luego existo”, a Vd.\Vds. les pueden proporcionar cuanto “pienso” su sistema digestivo aguante, pero de existencia, nada de nada; continuarán siendo borricos. Sin ánimo de ofender a tan nobles animales, parece ser en riesgo de extinción, no como los de su especie que proliferan al igual que los champiñones. Le/les sugiero estudien la morfología y desarrollo de dicho hongo y vera/verán que siguen procesos de cultivo y colonización similares, pero siempre rodeados de oscuridad y estiércol.
EliminarNo se preocupen, ya están publicados y les garantizo que me cuidaré de conservar tan champiñonescos, hondos, profundos, cuasi abismales pensamientos y razonamientos.
Gracias por merecer su atención y como siempre a su entera disposición.
Ajo - Agua