Los que me conocéis de antiguo y los que sin
siquiera conocerme, seguís el presente blog, sabéis de mi favorable
predisposición a la mujer como igual: amiga, compañera, hermana, esposa, madre
o “gran madre”. Esas abuelas o magnas mujeres en todos los casos, que sin serlo
en el sentido de consanguinidad, desempeñan ese entrañable papel, solamente a
ellas reservado por la naturaleza y la afectividad humana.
Aclarado mi
pensar, a los católicos nos cabe la gloria de celebrar una vez más, como cada primero
de enero, la solemnidad de María מרים,
madre de Jesús, Dios hecho hombre, y por extensión nuestra Santísima Madre. Desde
la antigüedad los testimonios orales y posteriormente escritos, con respecto a
ella, son muchos y variados. La devoción por María está contrastada a finales
del siglo primero, denominándola San Irineo de Esmirna, en el 170 “Nuestra más
inminente abogada”.
Las
referencias a esta humilde mujer judía y su linaje, nos dicen que desciende, de
acuerdo a la tradición, de la noble estirpe de David, hija de Joaquín יְהוֹיָקִים (al que Yahveh levantó) y de Ana, del
masculino Ananías חנה (en judesco Jana, la benéfica, la llena de gracia). Con
respecto a los nombres arameos, tener siempre presente, que el apelativo por el
que se les conocía, respondía al tipo de persona y proyección de su
personalidad.
Dado el
amor y devoción que le profeso a esta mí Celestial Madre, podría extenderme
cientos de hojas, al menos las doscientas sesenta y siete que en su día le dediqué
en patrística. Las evito y a ella en este su día, ruego tenga presentes a todos
sus hijos en las distintas advocaciones bajo las que pidamos su divina intercesión,
a la vez que le suplico que de un modo especial proteja a esas mujeres, que por
el hecho de su pertenencia al género femenino, están sufriendo agresiones que
atentan contra su dignidad o integridad física.
Felicidades a todas aquellas que tenéis por apelativo su
Santo Nombre, que ella os/nos guie y cubra bajo su protector manto celestial.
Capt. Willie