Por distintas personas más o menos próximas, en ambientes y situaciones diferentes, se me advirtió de viva voz y/o por escrito, que fulano, citano o mengano, me tenían envidia, y que éste u otro comportamiento hacia mí, eran un claro manifiesto de la misma.
La
pereza (de acuerdo a mi educación: madre de todos los vicios), con la avaricia y la envidia son los únicos pecados capitales de los que
honradamente me considero exento. Suelo distinguir, por los comportamientos
individuales y colectivos, los efectos que los dos primeros ejercen sobre las
personas que los padecen. Apreciando asimismo la presencia del tercero: la envidia, cuando está dirigida a otras
personas o colectivos. Contrariamente cuando en mi entorno familiar o de
amistad alguien me indicaba que desataba envidias en tal persona, grupo o
cuerpo, nunca lo quise aceptar, ya que a priori era juzgar mal sin razón
aparente para ello, queriendo siempre interpretar por mi parte, que donde los
que me advertían veían envidia, quizás
fuese el rechazo que yo pudiese crear, dada mi forma de ser, pensar y/o
de comportarme. Queriendo presuponer que eran antipatías o incompatibilidades
de carácter que me ganaba a pulso.