No por ser un deseo largamente esperado, me dejó impasible el
fallecimiento del “Carnicero de la Habana”; solamente, que me hubiese gustado
verle morir ajusticiado ante un pelotón de fusilamiento, en deshonor (si es que
alguna vez supo el significado del término), como él y su corte de asesinos
hicieron con el general de división D. Arnaldo Tomás Ochoa y el coronel D. Antonio
de la Guardia y otros oficiales de las fuerzas armadas revolucionarias de la
finca caribeña de los “Castrones”. Con ese mi deseo anteriormente expresado,
estoy siendo auténticamente caritativo: él y su “corte de asesinos”, con la
colaboración necesaria de otros muchos alcahuetes aplaudidores” a nivel
mundial, subyugaron y condujeron a la más pura miseria a un pueblo entero, al
Cubano, donde si el número de fallecimientos por inanición y falta de los más
elementales medicamentos, se les imputasen ante un tribunal imparcial, a él y a
la mencionada “corte” y “alcahuetes aplaudidores”, posiblemente, y en el mejor
de los casos no se librarían de la reclusión a perpetuidad.