Con machacona reincidencia suelo referirme a la
inminente necesidad de “re evangelizar” a esta vieja y “envejecida” Europa, no
dándose o no queriendo darse cuenta los unos y los otros, que ese “envejecimiento”,
es fruto directo de esa cotidiana ausencia del evangelio como elemento
directriz de actuaciones políticas, económicas y sociales.
A la
relajación de costumbres que llevó el desarrollo socio – económico, que se
genera en el “mundo occidental” tras el final de la segunda guerra mundial,
colaboran de forma clara y directa, la total falta de ejemplaridad mostrada por
unas prolíficas y acomodadas “clases” políticas, eclesiales y económicas, donde
los medios justificaban los fines, y los fines los medios. Donde el bienestar,
entendido como estado material de abundancia, y de continua aspiración a
mayores cotas de poder económico – social, fueron minando los conceptos de
sobriedad y de participación y en el compartir con el entorno, incluso el próximo
familiar, los bienes materiales y por supuesto los inmateriales. Pasando y
tratando de delegar en “papa estado” obligaciones ineludibles, que por razones
del más elemental principio de amor filial, corresponden a los padres hacia sus
hijos, y de los hijos con sus progenitores.