Por el “confidencial” del “The Jerusalem
Post”, en la madrugada del 15 de abril próximo pasado, supe del
fallecimiento y ausencia física de una muy grande persona y por añadidura
mujer. Me estoy refiriendo con el respeto que ella en vida y obra me mereció a: הדסה בן עתו(Hadassa Ben-Itto). Brzeziny
(Polonia), 16.05.1926 – Jerusalem (Israel) 15.04.2018. Hadassa que en hebreo significa árbol de mirto. Planta
que en la tradición heredada de la antigua Babilonia, se consideraba símbolo
del amor y la belleza, también de la generosidad por la abundancia de sus
semillas reproductivas.
Tras conocer la triste noticia, como siempre que algo me causa honda
impresión, surgen dos reacciones contrapuestas: la actuación inmediata, o la
meditada. Cuando actúo consecuentemente con la segunda, preciso clarificar mi
posicionamiento ante una serie de situaciones dadas, que van desde
planteamientos vitales a ideológicos, sin olvidar los éticos.
Para este sentido epitafio de una persona, tan sumamente persona, no
encontré mejor frase que la que le dedico en el encabezamiento. ¿Dónde empieza
la historia real y tangible del único Estado democrático de Derecho existente
en todo el Medio Oriente y la vida física - intelectual de Hadassa Ben-Itto? Lo
ignoro, pero si puedo asegurar que los setenta años de existencia del actual Israel,
en gran medida discurren paralelamente a su vida y obra.