No cabe otra conjetura, para poderse sentir perplejo
(del lat. perplexus), se hace necesario imponerse de un mínimo de
raciocinio, que al menos, lleve confusión o duda a nuestras creencias y/o
convicciones. Lo malo, o aún peor, es cuando nuestra única intuición, convicción
y/o interés nos impide la perplejidad ante efemérides debidamente contrastadas
por medios, hoy aceptados como científicos. Hecho este, que por sí mismo,
desvirtúa todo lo realmente verificado, conduciendo a las más voluntariosas y variopintas
aseveraciones, aunque éstas carezcan del mínimo rigor científico exigido
De la “verdad líquida”, al “irrealismo humo”, la distancia que les separa es prácticamente inexistente, ya que la cohesión molecular de la primera con respecto al segundo, permite en ambos casos, la adaptación a la forma o formas del recipiente que los contenga. El papel como elemento soporte, aguanta lo que se le ponga como elemento soportado. ¿Qué decir de las pantallas de los computadores? En síntesis, cuando se parte de escasos datos contrastados, no representativos por la cortedad del espacio temporal entre la fecha de inicio cuantitativo y la utilización como elemento de partida al desarrollar una hipótesis de trabajo, se hace necesario “cubrir el vacío real” en base a simulaciones. Así, los datos obtenidos por tales métodos, lo más lógico es que sean proporcionales a las propias carencias de partida. Dando como resultado una nula fiabilidad de los parámetros cuantificados y espacio temporal o periodo a extrapolar. Hecho por sí que justifica esos continuos errores sobre predicciones catastrofistas de subidas del nivel del mar, deshielos, presencia de insectos tropicales y “barrabasadas” afines.