Dentro de la inmensa fortuna que el destino
me deparó, a lo largo de mi vida me fue proveyendo del incondicional apoyo y
adhesión de personas extraordinarias, por sus múltiples y variadas excelencias.
Personas estas que en demasía compensaron y compensan la mezquindad y ruindad a
la que otras hacen gala, tanto cuando de mí se trata, como de otros afines
próximos o lejanos a mi entorno.
El juzgar corporativamente a colectivos de
la índole social que sea siempre resulta arriesgado, sin perjuicio de que,
haciendo bueno el vulgar dicho “el gato escaldado, del agua fría huye”,
inconscientemente me/nos conduce, a que cuando de determinados “combinados”
solamente se reciben “coces”, la natural prevención se aviva y nos hace
reaccionar contra ellos y su entorno.
Mi natural prevención contra los
“guzmanianos” y ese su “particular” y a mis íntimas creencias, “pintoresco”
concepto del infierno, nace de las mil y una “putadas” individuales y colectivas,
que en mi contra y persona se fraguaron. Al igual que, salvando honrosas
excepciones, los seguidores del santo, que al margen de alcahuetear y absolver
los continuos y persistentes “pecados de entrepierna” de la reina, arrastraba y
confundía las “Y” y las “Ll” al hablar y pronunciar, me llevaron a la
conclusión de su total falta colectiva de educación mínima, cultura y civismo. Conclusión
ésta a la que llegué, a la temprana edad de once años recién cumplidos,
confirmada y reafirmada a través de seguir su trayectoria general durante los
posteriores cincuenta y nueve años, que al día de hoy Él me concedió de vida.