Dentro de esa “puritita” comprensión a lo más
incompresible, que en algunos momentos de mi vida me sobreviene, se incluye el
que entienda aunque no comparta, que todo hijo de vecino tiene derecho a
buscarse la vida y a alcanzar la gloria, la suya y de paso, si puede llenar la
bolsa, mejor que mejor. Unos lo pretenden y consiguen partiendo de formas muy
simples: les basta exhibir sus partes pudendas, olvidando el pudor, bien por
robado previamente pactado, casual provocado o en la gran mayoría de las
ocasiones, porque el “guion así lo exige”. Otros más elevados, no dudan en
“montarse en el tren” que sea, que vaya o vuelva es secundario, lo principal y
por supuesto primordial, es que se le distinga en la foto, aunque la imagen se
corresponda con una defecación física, mental o moral. Lo dicho, lo importante,
salir en la foto y lógicamente cobrar por tal salida, aunque en la mayoría de las
veces, sea de tono, como se decía en tiempos pretéritos.
A pesar
de esa, mí reconocida comprensión a lo más incomprensible, fruto quizás de ese
interno conflicto en el que mi personal formación humana y convicciones me
enfrentan en el día a día. En ese no saber que soy, si un judío o un cristiano converso
y lo que es peor, donde empieza el uno y termina el otro, o termina el otro y
empieza el uno. Mi propia y voluntaria inmersión en patrística y ese
desesperado intento de integrar en mí pensar y sentir, los conocimientos –
experiencias acumulados y documentados por otros a través de los siglos y aunados
bajo la cultura resultante de Oriente (Grecia) y Occidente (Roma). Donde en un
determinado momento, salvo la propia onomasiología conceptual aderezada por la
filosofía con amplia presencia de la cultura griega y como no por Platón, están
siempre presentes, obligándome a la búsqueda de la “cuadratura del círculo” de
este mundo y época que me toca vivir. Tan poco consecuente e inconsciente de su
propio caminar hacia ninguna parte.