Lo peor que puede sucederle a un comunista, es
tratar de engañar a alguien que siendo muy muy joven, en un verano, vivió y vio
por sus propios “ojos pecadores”, la “leche”, mejor dicho la “bilis infecta” de
aquel campo de concentración que era Polonia, bajo la corrupta dictadura
del camarada W. Gomulka y la del
homónimo alemán, su colega, el también vulgar delincuente y asesino, W.
Ulbricht.
La suma de
aquellas mis experiencias en Darlovo y Swinoujscie, unidas a las de Rostock, me
permitirían hacer un amplio tratado sobre la esclavitud humana, incluida la
sexual, de jóvenes de ambos sexos. Unido a un despilfarro propio de las “mil y
una noches”, en la trastienda de los “Baltona”, en nada acorde con todo
racionado, incluido aquel pan, de un color parduzco “ennegrecido”, con un papel
pegado para identificar la pieza.
Pueblerino de mí, en aquellas paupérrimas poblaciones, descubrí que existía el champan francés Moët & Chandon, y que dicha bebida servía, aparte de para beberla, como elemento con el que bañar, o mejor remojar de cabeza a pies, a un sinnúmero de jóvenes polacas, seguramente prostituidas en base a la necesidad y miseria imperante. Espectáculo que por sí era vomitivo y del que en base a las más variadas disculpas, lograbas evitarlo.
A pesar de las diversas y dispares actividades profesionales - académico – económico – sociales, en las que me vi involucrado en este “malhadado mundo capitalista”, nunca vislumbré tan abyectos comportamientos, como los observados por los “hombres de las estrellas doradas en la solapa”. Del campo de concentración alemán y, jugándose la vida, puedo decir, que vi meterse en el escaso espacio existente entre el mamparo y las dos cajoneras laterales de la mesa de la telegrafía y, las piernas de la “Sparky”, como mínimo a cuatro personas y en cuatro ocasiones, en un peligrosísimo viaje hacia la libertad.
Pueblerino de mí, en aquellas paupérrimas poblaciones, descubrí que existía el champan francés Moët & Chandon, y que dicha bebida servía, aparte de para beberla, como elemento con el que bañar, o mejor remojar de cabeza a pies, a un sinnúmero de jóvenes polacas, seguramente prostituidas en base a la necesidad y miseria imperante. Espectáculo que por sí era vomitivo y del que en base a las más variadas disculpas, lograbas evitarlo.
A pesar de las diversas y dispares actividades profesionales - académico – económico – sociales, en las que me vi involucrado en este “malhadado mundo capitalista”, nunca vislumbré tan abyectos comportamientos, como los observados por los “hombres de las estrellas doradas en la solapa”. Del campo de concentración alemán y, jugándose la vida, puedo decir, que vi meterse en el escaso espacio existente entre el mamparo y las dos cajoneras laterales de la mesa de la telegrafía y, las piernas de la “Sparky”, como mínimo a cuatro personas y en cuatro ocasiones, en un peligrosísimo viaje hacia la libertad.