El P. P. Arrupe, como PG de la CJ, con
independencia de dar respuesta a las obligaciones derivadas de su cargo con
respecto a la Iglesia universal y al especial vínculo de obediencia a S.S. el
Papa (fruto del cuarto voto). Con los conocimientos que tiene de la compañía y
los de “última hora” adquiridos de la frontalidad de “ventanas” (de la propia
en la Residencia o Casa Generalícia y la Papal), decide hacer oídos sordos a
las advertencias que se le hacen, sobre el inicio de las consultas que está
realizando, el entonces arzobispo de Madrid, Mons. Casimiro Morcillo. Este, en su
calidad de presidente de la Conferencia Episcopal, decide ponerse en contacto
por escrito (para que quedase constancia) con todos los obispos españoles,
proponiendo la creación de una provincia separada para los padres más
conservadores. De las setenta y dos consultas enviadas, recibe 67 respuestas: 49
manifiestan su conformidad y 18 son contrarias. Dicho sondeo se lo envía a S.S.
Pablo VI por mensajero personal. Estas cifras, sinónimo de crisis, conducen a
los responsables de las provincias españolas de la Compañía a poner sus cargos
a disposición del prepósito general y a escribir a S.S. el Papa.
A priori, éste no acepta cambios, aunque
en muy poco tiempo varía de opinión (aparece la sombra del no aclamado) y, le
exige al padre P. Arrupe un mayor control sobre los miembros de la Compañía.
Los vientos que emanan del Vaticano II, mal que les pese a algunos, son
imparables. La Compañía crea en España el Instituto de Fe y Secularidad, desde
donde se convoca al dialogo a los más importantes intelectuales agnósticos y no
creyentes. En el Escorial se organiza un encuentro sobre la “temida” Teología
de la Liberación, que comienza a tomar fuerza en Latino América, con especial
virulencia en algunos estados brasileños y América Central. En dicho encuentro significados
miembros de la Compañía son “criminalizados” por su “clara politización”, a
decir de rancios conceptos trastocados en el tiempo y la distancia.
Entretanto, por parte de la Conferencia Episcopal Española, más
concretamente por su Vicepresidente, posterior inmediato presidente, Mons.
Casimiro Morcillo, “con esa gran visión pastoral a la que toda su vida hizo
gala”, fomenta y crea los “anticuerpos a tanto hereje”. Da carta de naturaleza
a los caminantes del “Camino Neocatecumenal”, vulgo “Kikos”, pero no de maíz.
La actividad del P. P. Arrupe es imparable. Independientemente de ponerse
siempre de parte de la verdad, por desagradable que esta pueda resultar, y
espolear a los propios en la senda de la justicia, contacta con miembros de la
discutida y “temida” Misión Obrera (curas obreros, en alguna forma agrupados y
organizados)y con sus dirigentes naturales en Villaverde – Madrid, dándole un
fuerte impulso a las Escuelas Profesionales. En Gijón y más concretamente en el
Natahoyo el P. Niño Calzada, como colaborador necesario, puede dar fe de lo que
significó dicho impulso, pues aunque su innata modestia le impida reconocerlo,
él fue un abanderado de ella. Recuerdo que permanece aún en la memoria de
cualificados exalumnos, que pasaron por el “Gedo” en sus tiempos. Y que en la
distancia de los muchos años transcurridos, aún le recuerdan con todo respeto y
cariño del que supo hacerse acreedor.
Coincidiendo en el tiempo con lo que se conoció como transición política
en España y con la “espina clavada” del “papelón” desempeñado en el pasado
Concilio por parte de la gran mayoría de la jerarquía eclesiástica española
(hacer patente que, ante algunas intervenciones de obispos españoles en las
tres primeras sesiones, y la de tres prelados, en la cuarta, la gran mayoría de
los padres conciliares, aprovechaban para ir a evacuar aguas o con dicha
disculpa ausentarse, evitando así sus peroratas). El P. Pedro Arrupe toma
quizás una de las más importantes y transcendentes decisiones de su generalato:
convocar la Congregación General, la cual hace el número XXXII, y así enfrentarse
a la crisis. La tensión con el Vaticano,
aunque se disimula, se palpa: no se puede obviar la especial relación de
la Compañía con el Papado, ni quien es el padre confesor de S.S. Pablo VI.
La suspensión de los grados, para
algunos ataca directamente la estructura ideada y heredada del fundador San
Ignacio. Esa estructura era totalmente piramidal de tres grados: “un selecto
estado mayor” o profesos de cuatro votos (el cuarto de obediencia papal para
las misiones); un no menos selecto “mando conjunto” o coadjutores espirituales,
presbíteros de tres votos; “clase y tropa” coadjutores temporales – hermanos
legos. La extrapolación a un ejército convencional, se realiza al único fin, de
poder mostrar el “chirrido” que dicha organización interna produce en la
iglesia posconciliar de los años setenta. No obstante a ello, cuando el P. P.
Arrupe el día 25 de noviembre de 1974 le traslada a S.S. el “borrador” de la
convocatoria, a hacerse pública el 2 de
diciembre del mismo año. Tras dos días de silencio, S.S. Pablo VI, prohíbe se someta
dicho asunto a la Congregación. No obstante, a modo orientativo y no
vinculante, los miembros de la Compañía celebran una votación, que por mayoría
aplastante se manifiesta a favor de la abolición de los grados. S. S. deja
transcurrir tres días, llamando a Capítulo al PG y con una dureza impropia del
carácter de S.S. Pablo VI, le ordena se ponga en contacto con el Car. Giovanni
Benelli (alias Mr. Muro de Berlín) y que proceda en consecuencia a sus
dictados. El P. Pedro Arrupe, abandona totalmente abatido dicha entrevista y
lágrimas amargas caen de sus ojos. Al día de hoy, al menos somos tres los
testigos orales, que supimos este hecho, por la persona que le presto un
pañuelo blanco con olor a agua de colonia Royale Ambree, a fin de que que
enjuagase las lágrimas que subrepticiamente le caían.
Esta tajante dureza empleada por S.S. es totalmente ajena al carácter a
que en todo momento hacía gala en su normal trato con la Compañia. Siendo
claramente achacable a los infundados miedos trasmitidos por el P. Paolo Dezza.
No obstante al disgusto y siguiendo el principio de total abnegada obediencia,
se dirige a los congregados exhortándoles a obedecer con alegría. Este era el Padre
Pedro Arrupe.
La presencia del “no aclamado”, vuelve a manifestarse de forma clara y
tajante, en el segundo punto polémico: el famoso Decreto 4º,”Nuestra misión hoy”,
donde en síntesis se dice algo tan elemental y comprensible para cualquiera que
goce de un mínimo de humanismo, caridad y básicos principios de la escatología
cristiana: “No hay conversión al amor de Dios sin una conversión al amor de los
hombres y, por tanto a las exigencias de la justicia”. El Car. Jean – Marie
Villot, en su condición de Secretario de Estado, al presentarle los documentos
emitidos por la Congregación General, muestra perplejidad ante los mismos,
exteriorizando ésta a dos miembros de la Compañía, uno de los cuales
transcurrido el tiempo, pagaría la indiferencia mostrada ante tales
comentarios.
To be continued…
No hay comentarios:
Publicar un comentario