domingo, abril 01, 2018

Trescientos años al servicio de la Armada y por consiguiente a España.

    A través del presente blog y en distintas ocasiones me referí explícita o implícitamente a nuestras Gloriosas Fuerzas Armadas, al Benemérito Instituto de la Guardia Civil y al Cuerpo Nacional de Policía, esforzándome en todos los casos, en que mi objetividad quedase al margen de afectos personales y/o “corporacionales”.
 
   Desde las organizaciones sociales más primitivas y primarias, la “administración - contabilidad” están ligadas a la incipiente agricultura, ganadería, comercio y la logística – administración – contabilidad a la guerra; de ahí que  funciones de carácter administrativo - contable las podamos apreciar tanto en las antiguas civilizaciones indo – europeas, como en las amerindias y/o egipcias. Siendo dignos de ver y observar los “asientos” en las tablillas de barro, recuperadas en junio de 2008 de un pecio, en las inmediaciones del área gasística de Leviathan, en el Mediterráneo Oriental. Correspondientes, según se desprende, a los “réditos obtenidos” del trueque, por una posible “expedición” “pre – colonizadora” Fenicia, allá por el siglo V a.C.; a todas luces a un punto indeterminado de la actual costa mediterránea española.
 
   La antigüedad e importancia socio – económica de la Administración – Contabilidad, queda acreditada de forma fehaciente, incluso antes del uso dinerario, pudiéndola definir en sus más elementales concepciones como: Disposiciones adoptadas para organizar y consiguientemente gobernar una determinada economía” y “Sistema por el cual se controlan y registran los gastos e ingresos y demás operaciones de una determinada economía”. Si a las simples y simplistas definiciones que en letra cursiva anteceden, le agregamos la frase “con amplísimos conocimientos en ambas materias, total y acrisolada probidad” (del lat. probĭtas, -ātis). A mi humilde forma de ver y entender, estoy definiendo al Cuerpo de Intendencia de la Armada y a los Intendentes pretéritos y presentes, quienes por los altos valores personales y corporativos poseídos, supieron y sabrán perpetuar en los futuros ese buen hacer, sentido del deber, compañerismo dentro del propio Cuerpo y a los otros dos a los que quedó reducida nuestra Marina y, por extensión a los actuales “Comunes” y resto de componentes de las FF.AA.


   Para los extraños a esa “Gran Familia”, que en un día no lejano estuvo formada por once Cuerpos Patentados, es necesario remontarnos en la historia, nuestra historia. Tanto para ver la imperiosa, y la una y tras otra aplazada necesidad de la creación y desarrollo de estructuras e infraestructuras nacionales, donde al margen de la propia industria naval como elemento constructivo de “cascos”, éstos se pudiesen armar, pertrechar, artillar y tripular por dotaciones acordes a las distintas funciones a desempeñar, en el cometido marinero y táctico militar. Pudiendo en un momento dado, ver llegada la necesaria formación de Cuerpos Técnicos, que diesen respuesta a esas ineludibles demandas. Entre otras, a la importantísima exigencia de la  adquisición - administración – contabilidad en el más amplio sentido del concepto (la cuenta y razón de todo tipo de partidas y actividades), dándose así la más idónea respuesta, con la creación, desarrollo y continuo evolucionar del Cuerpo de Intendencia. Estos profesionales, hoy identificados por un Sol (radiante, como los servicios prestados por el Cuerpo) y divisas sobre fondo blanco, al servicio de la Marina y consiguientemente al de España y los españoles, desde hace trescientos años.
 
   Bien por los problemas de falta de previsión o gestión, en el discurrir de las últimas décadas de la centuria del XVI y/o como consecuencia del rápido y no “digerido” ascenso a potencia naval atlántica, con los sucesivos éxitos obtenidos, primero por la Armada de Flandes, donde el despliegue de las fragatas en el Canal de la Mancha, mantuvo controlada a la eficiente flota holandesa. Unida a la anexión de Portugal, que aportó el puerto altamente estratégico de Lisboa, con los grandes galeones de los que disponía el país y unas eficientes gentes de mar, que fueron un claro refuerzo para el “batiburrillo” de armadas y escuadras hispánicas. En contrapartida e esto, la derrota de la Armada Invencible, fue el espejo donde se reflejaron todos y cada uno de los sucesivos errores e improvisaciones acumulados a través de los años precedentes.  
 
   Concienciado S.M. Felipe II, de la necesidad de contar con una Armada acorde a la defensa del inmenso imperio, logra de las Cortes inauguradas el 30 de septiembre de 1588, la concesión de un crédito extraordinario de ocho millones de ducados, destinados a costear una flota armada de modo permanente. Así nace, la que se conoció como: Armada del Mar Océano. Su creación se confió a Diego Brochero de la Paz y Anaya*(1). Merced a este hecho y a la excelente labor realizada por él, en los inicios del siglo XVII, la recuperación era notoria, llegándose a contabilizar 46 barcos. No obstante a ello, la guerra contra Inglaterra primero y posteriormente contra Holanda, fueron un duro golpe, pues a pesar de la tregua de Amberes de 1609, que aunque no significó la finalización de hostilidades en las Indias, si propicio una nueva y breve recuperación, que condujo a la victoria contra los holandeses en el estrecho de Gibraltar en 1621, recuperar Brasil en 1625 y rechazar la flota anglo – holandesa que pretendía tomar Cádiz en 1625. El éxito fue temporal. En 1628 se perdió la flota de la plata en Matanzas, tomando dos años más tarde los holandeses Recife y Olinda en Brasil.
 
   Entre 1627 y 1638, de nuevo se trata de organizar una considerable fuerza naval, esfuerzo que se va al traste por claros errores de planificación y previsión. En la guerra contra Francia, un elevado contingente galo entró por Irún y desmanteló todos los barcos en proceso constructivo en Pasajes; apresaron los recién construidos y destruyeron la flota, que procedente de La Coruña acudía en defensa de Pasajes. Simultáneamente, otra clara improvisación, conducente a la recuperación de las posesiones brasileñas arrebatadas por los holandeses, concluyó en un nuevo fracaso. En octubre de 1639, una armada con 2000 cañones y 23.000 hombres, al mando de Antonio de Oquendo, fue totalmente derrotada en las Dunas*(2). Esta derrota, llevo implícitamente: a la irremediable firma de la paz con Holanda, pérdida de la flota de la plata en 1656 frente a Cádiz e independencia de Portugal, sumiendo al país y a la Marina en una profunda crisis.       
 
   Finalizada la “guerra de sucesión”, con la instauración borbónica en S. M. Felipe V. (alias el Animoso), ánimo que a la vista de lo que y como lo encontró, falta le hizo. Extremo del que son muestra evidente las conclusiones a obtener del párrafo que a continuación se transcribe: «No existiendo ya en él hacienda ni crédito; falto de población, de industria, de comercio; sin ejército, sin armada, sin concepto ninguno en el exterior, ¿qué se podía perder? ¿Habían de presumirse calamidades comparables con las experimentadas ó sufridas? No hay enfermo de grave padecer que no espere algún alivio del cambio de postura; así también los pueblos, en la adversidad, suelen confiar en la mudanza de los gobernantes, y, por tan natural inclinación, no obstante los murmullos de los que desde entonces empezaron á ser designados con el calificativo de austríacos, la gran masa deseaba impaciente la venida del rey Felipe V. Lo mismo en Castilla que en Aragón, Valencia y Cataluña,…»*(3).
 
   La trascripción que antecede, da clara muestra de la situación, que encuentra S.M. Felipe V a su acceso al trono español. La Marina de Guerra, a pesar de disponer de cuatro Armadas y las escuadras de galeras, al decir de Pérez – Mallaina «Existían muchas armadas, pero muy pocos barcos»*(4). En el Mediterráneo se disponía de las cuatro Escuadras de Galeras: Española, Napolitana, Siciliana y Genovesa. Sumadas las cuatro no alcanzaban las dos docenas de barcos, que a su vez carecían de toda eficacia ante los modernos de línea ingleses, holandeses y franceses, más idóneamente diseñados, aparejados y artillados. La situación de las armadas que operaban en el Atlántico, basadas en Cádiz: la del Mar Océano y la de Averías*(5), formadas por dieciséis unidades de entre 30 y 90 cañones, en ningún caso era mejor que las anteriores. La defensa de América, encomendada a la del Mar del Sur y Barlovento, nunca superó las cuatro unidades en disponibilidad de línea*(6)     
 
   De esta situación creada, quizás haciendo de la necesidad virtud, tras el desastre de Vigo de 1702, y a la vista de la imperiosa necesidad de modernizar y consiguientemente “enderezar” la inoperante y anquilosada administración polisinodial, heredada de la dinastía de los “Austrias”, que nada administraba y todo complicaba. Con las consiguientes reservas presentadas por los pocos consejeros españoles y ante el “peso” de los franceses, se inician tibias reformas inmediatas, que en todos los casos quedan condicionadas por el “especial y complicado” papel y encaje del monopolio de la Carrera de Indias*(7) y el prominente lugar que ocupa en la economía – sociedad y relaciones externas del país. No obstante o quizás por ello, fruto del primer decreto que expide S.M. Felipe V, en Madrid, el día 5 de junio de 1705 al Gobernador del Consejo para la creación de la Junta de Comercio: toma el acuerdo de sustitución del cargo de Veedor General de las distintas flotas, por la de Intendente de Marina, cargo que recae en Ambrosio Daubenton*(8). Anticipándose la Armada en seis años, ya que el mismo cargo se crea para el ejército (ya perfeccionado y “rodado” de acuerdo a la experiencia adquirida en la Marina) en 1711, con motivo de la campaña de Portugal.
 
   Dado el desarrollo de la guerra y la preocupante situación económica, no quedaba otra alternativa que centrarse en el Atlántico a fin de proteger sus comunicaciones con el imperio ultramarino y subsiguiente obtención de recursos. Una vez más sin otra solución, que regenerar su Armada; donde a la ya por sí problemática disponibilidad de buques, se sumaban los endémicos organizativos de toda índole: desde la carencia de careneros y astilleros apropiados; técnicos para el diseño de buques y su construcción; maestros fundidores para la fabricación de cañones; dotaciones acordes, gentes de mar, que supiesen tripular los buques y artilleros para utilizar su arcaico armamento; etc., etc. Así, en 1708, pese a las cautelas territoriales que se despertaron, se agrupan las armadas y flotas existentes en una sola, encargada de vigilar las aguas atlánticas*(9).
 
     Si lo hasta ahora expuesto ya era por sí mismo poco sugestivo, con la paz de Utrecht, la monarquía española perdió toda presencia europea*(10), quedando aislada y en cierta medida abandonada por Francia; viéndose obligada a realizar duras concesiones a Inglaterra y a Holanda*(11). La falta real de la presencia de España en términos defensivos – comerciales en Indias, con escasez de aprovisionamiento de mercaderías, aumento del contrabando de manufacturas y consiguiente disminución de ingresos, hace de revulsivo que una vez más obliga a la inmediata adopción de medidas acordes a la situación creada. 
 
     Por Real Cedula de 21 de Febrero de 1714, se unifican los diferentes mandos navales*(12), creándose el 30 de noviembre del mismo año las Secretarias*(13). Así con la complicidad y apoyo de Daubenton y Pontchartrain*(14) pasó a desempeñar el recientemente creado cargo de Secretario de Guerra y Marina e Indias, Bernardo Tinajero de la Escalera, claro representante de los técnicos formados bajo directrices francesas. Siendo así de “hecho”, el primer Ministro de Marina e Indias de la Historia de España. Tinajero fue un claro defensor de la imperiosa necesidad de recuperar el poder naval. Como excelente conocedor de los “recovecos” de la Carrera de Indias, Casa de Contratación y Consulado de Sevilla, le llevaron a recurrir a lo que diríamos, “sus contactos”; extremo que de nada le sirvió, pues aunque claramente distanciado de los “planteamientos de los franceses”, fue destituido del cargo en 1715, con el resto de los colaboradores galos*(15) de Felipe V. Espacio ocupado a partir de entonces por el entorno de Isabel de Farnesio y Alberoni*(16)
 
    De lo hasta el momento desarrollado, se desprende la gran importancia que encerraba el carácter estratégico - político de la Carrera de Indias, Casa de Contratación y a su imprescindible sostenimiento, haciéndose llegado el momento de entrar de lleno en ellos y lo que significaban a la economía y prestigio nacional: eran el “armazón” en el que se soportaba el consabido y a ultranza defendido monopolio del comercio de Indias, en teoría muy simple y sí adobado por las corruptelas desarrolladas y acumuladas a lo largo de más de dos centurias: control estatal; limitada participación privada; puerto receptor – emisor único y navegación protegida. La capitalidad mundial de Sevilla como puerto único. Y la Casa de Contratación, encargada de organizar y controlar todo el tráfico, incluyendo: licencias, impuestos, formación de pilotos, levantamiento de cartas, inspecciones y un larguísimo número de ítems que cubrían la práctica totalidad de todas las actividades que a su “sombra” se desarrollaban. Reservando en principio al Consulado de Mar o “Cargadores de Indias”, como agrupación gremial, la colaboración privada. Participación que paulatinamente fue en aumento, hasta llegado un punto en el que pasó a ser el auténtico regidor de aquel amplio y exclusivo negocio y actividad, que pasado un tiempo terminó a manos extranjeras, sustrayendo a la Casa de Contratación la mayoría de sus funciones y el consiguiente interés de la Corona.
 
    Con el “nuevo equipo dirigente en la Corte”, se da por concluida la “influencia” (nunca cooperación) de los franceses, siendo el precio a pagar una verdadera fortuna para la época. Pago que redundó en mayores dificultades para acometer nuevos intentos de recuperación de nuestra Marina de Guerra. El hombre “fuerte” de la nueva administración, es al decir de Antonio Béthencourt «… a Alberoni puede atribuírsele el mérito de revitalizar la nación y dar un toque de atención a la no menos atónita Europa»*(17). A fuer de ser un “revisionista” de la política emanada del tratado de Utrecht, donde independientemente de su preocupación por Italia, trató por todos los medios de renegociar los beneficios obtenidos por Inglaterra, de recuperar los derechos perdidos al trono de Francia y en definitiva devolver a España todo lo perdido en Utrecht. Conocedor de la única forma de conseguirlo: la disponibilidad de una Armada poderosa, qué desde los mares apoyase la política desarrollada en tierra, le llevan a rodearse de «laboriosos, honrados, inteligentes y competentes burócratas…»*(18). Así a principios del año 1715 es nombrado intendente general de Marina D. Francisco de Varas y Valdés*(19), designación que lleva implícita la presidencia de la Casa de Contratación. Tomando el cargo nuevas funciones y atribuciones de índole financiero – administrativo – militar y judicial. Siguiendo una vez más al excelso D. Cesáreo*(20) «El 22 de enero de 1715 D. Francisco de Varas y Valdés, fue nombrado Intendente de Marina de los puertos de Andalucía con residencia en Cádiz y con el objeto de que este diera las bases para la mejor organización del cuerpo con posterioridad llamado del Ministerio de Marina se le comunicó una orden en 22 de noviembre del citado año 1715, en la que se puede observar a pesar de su antigua redacción, cuan bien se determinaban las ideas culminantes que habían de predominar en el proyecto que por dicho jefe se formara, advirtiéndole al propio tiempo en la postdata autógrafa del Secretario del Despacho de Marina, que a aquel como Intendente correspondía el mando superior del Cuerpo que trataba de organizarse».
 
   Por la citada orden, dictada por el secretario Miguel Fernández Duran se le insta a crear «una oficina perpetua donde queden radicadas las noticias para siempre como Veeduría y Contaduría, compuesta de cuatro o seis oficiales diestros en cuenta y razón de la Marina, con los sueldos que se señalaren, y con el nombre de Comisarios de Marina, para llevar la cuenta y razón de los sueldos de toda la gente de mar, distribución de raciones, caudales, almacenes, gastos de carena, oficiales y marineros, navíos que son del Rey, y últimamente todo lo demás dependiente de esto, con un tesorero que residirá en Cádiz a la orden del Yntendente». A la vez, le urge a que dicte reglamentos para la inmediata puesta en funcionamiento de la oficina: «Me ha parecido notificar a V.S. de esta idea para que enterándose de ella discurra, y proponga luego la forma de reglar esta oficina, que personas halla V.S. por más beneméritas y de conocida habilidad e inteligencia que de estas circunstancias hayan servido, manejado y entendido en la Marina»
 
   De nuevo se reitera a Cádiz como lugar elegido para residencia del tesorero y del intendente, en quienes se reunirán todos los oficios de cuenta y razón, que con anterioridad y de manera independiente y dispersa se realizaban en las diferentes flotas. Dado que Francisco de Varas reúne en sí mismo los cargos de Intendente y de presidente de la Casa de Contratación, queda claro que el comercio y la Armada irán al unísono.
 
                                 Capt. Willie
To be continued…
 
 
    (1) Fernández Duro, C.: Armada española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón, Madrid, (nueve tomos). Tomo IV, pp. 7, 10, 29.
    (2) Ibídem, pp. 205 a 257.
    (3) Fernández Duro, C.: Armada española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón, Madrid, (nueve tomos). Tomo VI, p.6.
    (4) Pérez – Mallaína, Pablo E. «La Marina de Guerra española en los comienzos del siglo XVIII (1700 - 1718» Revista General de Marina. Madrid, agosto 1980, p. 138.
    (5) Muestra evidente de la falta de confianza que les ofrecían a los comerciantes el gran número de escuadras. Se trataba de una armada “teóricamente” financiada en base al correspondiente impuesto al comercio colonial sobre las mercaderías de ida – vuelta y pasajeros que iban a Indias. Estuvo en vigor desde 1587 y ante los abusos y fraudes se suspendió en 1660.
    (6)Sobre la armada del Mar del Sur, se hace preciso ver: Pérez – Mallaína, Pablo E. y Torres Ramírez, Bibiano: “La Armada del mar del Sur”, Sevilla 1987. En lo que concierne a las Armadas relacionadas con la Carrera de Indias: Serrano Mangas, Fernando: “Los Galeones de la Carrera de Indias 1650 – 1700. Sevilla 1985. “Armadas “y flotas de la plata (1620 – 1648)”. La de Barlovento, Torres Ramírez, Bibiano: La Armada de Barlovento”, Sevilla 1981.
    (7)Bajo esta denominación se conoció todo el entramado administrativo -comercial – marítimo - político - defensivo, en el que se asentaba el “funcionamiento” del monopolio español con América, responsable directo de la hegemonía hispana y de la corona en el control de las riquezas del “Nuevo Mundo”, proveyéndolo de mercaderías españolas, lo cual dio origen al interés extranjero en romper con tal monopolio.
    (8)Primer Intendente de Marina, las atribuciones conferidas eran de mero carácter fiscalizador. Su designación se basó en la confianza que le merecía a Juan de Orry (ministro en la primera etapa de la nueva administración) y era a su vez hermano de Guillermo Daubenton, confesor de S.M. el Rey.
    (9)Pérez – Mallaína, Pablo E. Política… p. 443: «Desde la instauración en 1708 de los Reales Proyectos para regir las expediciones a Indias, la avería quedó suprimida por lo que el sostenimiento de los navíos de guerra que protegían las rutas indianas tuvo que salir de los fondos generales del Estado. Este hecho eliminaba la diferencia más importante entre ambas armadas. En consecuencia, desde 1708, en la práctica, solo existía una armada con responsabilidad de ejercer vigilancia en las aguas atlánticas»
    (10) Por dicho tratado. España perdió Gibraltar, Menorca, los Países Bajos españoles, Milán, Mantua, los presidios de Toscana, los reinos de Nápoles y Sicilia, y Cerdeña. Cedió asimismo el comercio de esclavos y el navío de permiso a Inglaterra. Utrecht condicionó directamente la política española de todo el reinado de Felipe V.
    (11)De acuerdo a los artículos 10 y 11 del Tratado de Utrecht de 1713, se refrendaron varias cláusulas del artículo 10 de la paz de Breda de 1667, donde se estipulaba un trato preferente para los bajeles de los súbditos de Su Graciosa Majestad Británica que arribarán a las costas españolas. En 1714, el artículo 20 del mismo tratado de Utrecht hace extensivo el mismo trato de privilegio a los holandeses, explicándose con todo detalle su aplicación en la correspondiente Real Cédula de 23 de diciembre de 1716 y Real Orden de 27 de julio de 1729.
    (12) Fernández Duro, C.: Armada española desde la unión de los reinos de Castilla y Aragón, Madrid, (nueve tomos). Tomo VI, pp. 112 - 113.
    (13) A fin de normalizar las leyes en todo el reino. Como alternativa a la Secretaria del Estado y Despacho Universal, se crean en principio tres, en algún momento cinco: Estado o Primera Secretaria, Gracia y Justicia, Guerra y Marina e Indias.
    (14) Secretario de Estado de Marina Francés Jérôme Phélpeaux, conde de Pontchartrain. A quien en un momento dado, Felipe V solicitó la construcción de seis barcos en el país vecino, pagaderos en base a la concesión de las correspondientes licencias para comerciar con las costas americanas del Pacifico. Este proyecto fracasó por la directa oposición Inglesa, fracasando el posterior de la petición de construcción de veinte, no por las razones aducidas de bajo precio ofertado, sino por la prevención que dicha flota despertaba a las autoridades francesas. Como contra oferta se ofreció el arrendamiento de buques de guerra franceses. Extremo que nunca se llegó a materializar.
   (15) En el mismo “paquete se fueron de viaje”: la princesa de Ursinos, Orry, Macanaz, el padre Robinet y Tinajero considerados los  colaboradores pro franceses destituidos (Martínez Shaw, Carlos y Alfonso Mola, Marina: Felipe V. pp.220 – 223.
   (16) Que gran verdad, ¡La fortuna viene y se va! A Julio Alberoni lo introduce en la corte de Felipe V el conde de Vendôme, valedor a su vez de Isabel de Farnesio, fue quien aconsejó al Rey contraer matrimonio con la sobrina del duque de Parma. Ya gozando del cargo de consejero de la nueva Reina, es elevado a cardenal en 1717 y en el mismo año se convierte en primer ministro. Desde dicho cargo, fue el principal impulsor de la intervención en Italia, en 1719 Felipe V lo destituyó y lo expulsó de España.
   (17) Béthencourt Massieu, Antonio de: Relaciones de España bajo Felipe V, del Tratado de Sevilla a la Guerra con Inglaterra (1729 – 1739). Asociación Española de Historia Moderna, 1988, p. 32.
   (18)Ibídem, p. 32.
   (19) Siendo oidor del Tribunal de Contratación en Sevilla, fue designado para el citado cargo de Intendente de Marina y Comercio, en los puertos de Andalucía, con residencia en Cádiz, promovido: el 6 de diciembre de 1725 a Presidente de dicho Tribunal; en 13 de abril de 1742 a Camarista de Indias, y por sus especiales servicios que continuó en Intendencia, en fecha 9 de noviembre de 1751 se le concedieron los honores de Teniente general de los Reales ejércitos.
   (20) Fernández Duro, (Cesario: Zamora 25.02.1830 – Zamora 05.06.1908) capitán de navío del C. G. de la Armada, honrado escritor, erudito e historiador. A impresión del autor del presente, se hace difícil entender la historia española de los últimos tres siglos, sin haberle leído a él.


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